POLVO DE ESTRELLAS
Mucho más de lo que pensamos, tendemos a colonizar conciencias. Pretendemos tener razón, pero no nos damos cuenta de que la razón, que es aquello que queremos transmitir, nos transciende y antecede y, en su caso, queda restringida por nuestra manera de interpretar.
Nos cuesta admitir que cuanto pensamos haya sido concebido antes, y que sólo porque ésto es así, cuanto pensamos tiene una mayor o menor dosis de racionalidad.
El estudio de esa razonabilidad así como de su origen, es lo que constituye el objeto propio de una ciencia: la metafísica, que es precisamente la que nos va a servir para argumentar.
En lo que yo denomino “intentos de colonización” subyace siempre un enfoque filosófico, y en ese sentido el Sr. Vargas (ver el artículo inmediatamente anterior) argumenta que el concepto bíblico de un Dios racional y una creación racional y ordenada, con una regularidad de los fenómenos naturales reflejo del mismo orden divino creador, es la base para suponer a la naturaleza sometida a leyes regulares.
Nos dice también que el admitir que el Dios de los cristianos «ordena todas las cosas por medida, número y peso» (Libro de la Sabiduría, 11:21) sostiene la racionalidad del Universo, lo que permite una investigación cuantitativa para entenderlo.
Estoy de acuerdo con el Sr. Vargas en que esta concepción filosófica ha estado en la base y ha dado orientación al progreso de la ciencia y en ese sentido la filosofía cristiana no puede ser considerada a-científica ni anti-científica. Pero me temo que independientemente de lo que descubriera Arquímedes o de lo que en su tiempo pensara Galileo, las leyes de la física han estado siempre ahí, y que sólo cuando ésto captamos, es cuando somos capaces de empezar a elaborar.
Quiero con esto decir,
o que no hay verdades en las noticias, ni novedades en la verdad.
o que la Verdad es inmutable, y que nuestra verdad es sólo participada,
o y que para que nuestros conocimientos subsistan no es suficiente con una filosofía que los sustente, sino que lo necesario es que dichos conocimientos se correspondan auténticamente con la Verdad.
Dicho esto, diremos ahora que sí coge una argumentación metafísica que justifica la razonabilidad de la filosofía cristiana. No se trata aquí, pues, de “colonizar conciencias”, sino de ofrecer algunos argumentos objetivos que contrarresten “objetivamente” las dificultades que a veces tenemos de comprender.
En un artículo anterior os he expuesto la teoría de que Adán y Eva eran expresión de dos momentos de la misma realidad: de la humanidad en cuanto capaz de Dios y en comunicación con Él (Adán), y de la humanidad en cuanto capaz de Dios, en comunicación con Él, y capaz de compartir y de hacer efectiva mediante sus actos la obra Dios -Eva-.Os hablaba también de una vocación: de la llamada a compartir la dignidad de los hijos de Dios. Por esa vocación abandonaríamos todo (os decía) en una libérrima interpretación del Génesis que sigo considerando no carente de razonabilidad.
Esta comunidad, participando y participadora de la Vida de Dios no es otra cosa que la Iglesia, que como veis y en mi criterio, tiene una existencia anterior al pecado original. Pero vamos a dar un paso atrás.
- ¿Por qué es posible esta comunicación?.
- ¿Por qué Dios nos eligió para extender su Amor entre todas las criaturas llamadas a participar de Él cada una del modo conveniente a sus respectivas naturalezas?.
- ¿Por qué la creación de los seres humanos supuso una novedad?
- ¿Qué es lo que nos hizo tan "nuevos"?...
Sabemos que tenemos materia, ¿no es así?. También sabemos que tenemos instintos -hasta aquí todos de acuerdo, supongo-. Pero de nosotros decimos también que somos "espíritus encarnados", o también “cuerpos espiritualizados”, es decir: que aunque nuestro cuerpo esté compuesto por átomos, y que aunque compartamos con otros seres animados las funciones de todo viviente y también determinados instintos, los seres humanos tenemos "algo" a lo que denominamos alma que nos otorga unas facultades superiores a las de los individuos de otras especies, y que por tales ser, nos constituyen precisamente en seres personales, es decir, en individuos participantes de una naturaleza espiritual.
Es nuestra participación en esa naturaleza lo que nos permite comunicarnos a un nivel intencional con otros seres personales (y por ende con Dios mismo) y es esa participación también la que justifica el origen a dos facultades específicamente humanas como son la autotrascendencia, es decir, la capacidad de dirigirnos a objetivos “fuera” de nosotr@s mism@s, y el autodistanciamiento, es decir, la capacidad de tomar distancia de los síntomas, de los “datos”, o dicho de otro modo, la capacidad de objetivizar.
Ambas “capacidades” como decimos, tienen un origen espiritual, pero al mismo tiempo también están mediatizadas por el otro co-principio de nuestra naturaleza: la materia.
Al parecer, el origen de toda materia (también de la que constituye el cuerpo humano) se encuentra en la condensación de gases de una estrella. Esto es lo que se ofrece como un dato objetivo.
Pero la materia no es sino la sustancia sobre la que inhiere la Vida con unas distintas características según la naturaleza que pueda considerarse, y lo hace a través de las diferentes formas sustanciales.
Es así como se nos otorga un modo de ser, una forma de actuar, y una forma de relacionarnos específicas; pero no se nos otorga por lo que somos exactamente, sino para que seamos, es decir: para que en relación, llevemos nuestro ser a la perfección a través de los efectos inmanentes (los que recaen sobre nosotros mismos) y transeúntes (los que recaen sobre las realidades de nuestro entorno) de nuestros actos.
Es así como la Vida (que sólo es de Dios) se comparte, y es el hecho de que hayamos sido creados “a su imagen y semejanza”, es decir, participantes aunque de un modo limitado de su naturaleza espiritual, lo que nos permite compartirnos con Él, trascendiendo las limitaciones espacio-temporales que impone nuestra materia. (En ese sentido, no creo que sea significativo datar el momento en que esa forma de Vida pudiera inherir sobre la naturaleza humana, puesto que las facultades espirituales de las que hablamos no están sujetas a temporalidad, por lo que considero perfectamente posible compatibilizar una teoría creacionista con una evolucionista).
Supongo que hasta aquí iremos al unísono también; pero por si alguien quisiera hablarme de la comunicación entre individuos de otras naturalezas diferentes de la humana en términos "científicos", le someto la idea de si es o no equiparable la actividad de un hormiguero con la contemplable en el museo del Louvre, por ejemplo.
El ejemplo de un museo nos permite hablar ahora de nuestra manera de conocer, y nos permite también argumentar que mientras nuestras capacidades espirituales no están sujetas a temporalidad, no ocurre lo mismo en cambio con nuestra necesidad de contemporizar.
Veamos:
Nuestra capacidad de comprensión nos diferencia de cualquier otra de las especies creadas. Pero aunque por cuanto que somos seres abiertos al infinito ésta es en principio ilimitada, la misma está mediada por nuestro modo de conocimiento y por nuestra necesidad de contextualización.
Nuestro modo de conocimiento es mediato (es decir, nos adviene por medio de nuestros sentidos externos –vista, oído, tacto, gusto, olfato-), procesual y acumulativo (vamos incorporando los nuevos conocimientos a conocimientos ya contrastados, conformando lo que se denomina un mapa conceptual). Éste es el modo en que hacemos nuestro lo cognoscible. Pero aunque ésto sea así, nuestra apertura al infinito nos permite imaginar cosas o situaciones aún y cuando no hayan tenido aún lugar en la realidad.
A algunas de ellas las damos forma con nuestra creatividad y es así como lo que imaginamos cobra realidad (es lo que hacemos cuando a partir de formas sustanciales ya existentes somos capaces de transformarlas sea convertidas en una obra de arte o en un pedazo de pan, por ejemplo –que en algún momento se inventaría, ¡digo yo!-). Pero para que lo imaginamos cobre realidad antes que nada para nosotros mismos, necesitamos llevar a cabo lo que los filósofos antiguos denominaban “conversio ad fantasmata”, es decir, contrastar (convertir) lo que imaginamos (nuestro fantasma) con algo para nosotros tangible, es decir, con nuestra propia realidad.
(Esto no quiere decir que lo que para nosotros sea real sea “todo lo real”, y en ese sentido le cuestionaba el otro día a Joaquim hablando de la posibilidad de existencia o no de extraterrestres y de la posibilidad de que los mismos se comunicaran con nosotros, si no habría que meter en el razonamiento la posibilidad de que el espacio y el tiempo fueran tan sólo magnitudes y como tal maneras de medir, o la posibilidad también de que, caso de que los mismos existieran tuvieran que tener o no forzosamente nuestros condicionantes, pero este tema vamos a dejarlo ahí).
Hasta aquí hemos utilizado razonamientos con una cierta base metafísica, que en principio podría ser común a otras concepciones, puesto que para llegar a ellos no es preciso en absoluto un certificado de bautismo ni que cada uno renuncie a su propia fe.
Pero lo que hace perdurable la filosofía cristiana, lo que ha dado ánimo al avance de la ciencia, no son unos razonamientos, sino la percepción de que real y vivencialmente, esta filosofía se corresponde con la Verdad.
Como dice S. Pablo en la 1ª Carta a los Romanos, es la fe en un Dios creador la que salva.
Hemos dicho que nuestro modo de conocimiento es mediato, procesual y acumulativo, y así es. Pero existe también un lenguaje íntimo y no codificado con el que Dios se nos refiere y a través del que se nos informa sobre la adecuación de nuestro actuar con el Orden todo de la creación, y es esa una comunicación que se lleva a cabo en el ámbito de nuestra conciencia.
Pero para que lo que intuíamos pudiera ser para nosotros una realidad, era necesario que se nos manifestara en términos “reales”, y por eso la encarnación de Dios “precisamente en un judío del s. I” no responde más que a la necesidad de concreción de aquella comunidad que por lo demás es tipo de todo el género humano.
Previamente informados a través de “los voceadores de Dios” (los profetas) y ya con una fe en comunidad que es lo que les hacía ser un pueblo elegido, “en la plenitud de los tiempos” (es decir, en el momento en el que la madurez del pueblo así lo aconsejó), el Verbo de Dios tomó carne humana.
Supimos así del Ser de Dios como Trinidad de Personas (que es de lo que nos informó Jesús), y supimos también de los designios salvíficos de Nuestro Padre Dios.
Pero me temo que no fueron sólo sus palabras lo que nos hicieron creer en Él. Ni siquiera el poder que Cristo manifestaba a través de sus milagros, aunque ésto si fuera revelador de las obras de su Espíritu en las capacidades de un ser humano que se dejara actuar por Él. Es así como supimos del destino al que estábamos llamados. Así es como comprendimos nuestra vocación como comunidad: nuestra llamada a compartir mediante nuestros actos el Poder del Espíritu de Dios.
Como en todo caso es necesario conocer para amar, el objetivo de la manifestación de Dios estaba cumplido.
Pero para responder a la comunicación de Dios era preciso que se elevara nuestra capacidad de respuesta, puesto que la participación en la Vida de Dios no era algo que nos conviniera por naturaleza., y por ello fue necesario que el Hombre-Dios Jesucristo, haciendo conforme su voluntad humana con los designios de su Padre Dios para con Él, restituyera para nosotros la comunicación de la Vida divina que supone la Gracia.
Él es el nuevo Adán por cuanto que origen, y la nueva Eva por cuanto que realización, de la nueva comunidad renacida a la Vida de Dios que es la Iglesia. Esta comunidad orante y reunida, recibió El Espíritu de Dios y con Él sus Siete Dones, y es entonces cuando pudieron hacer suyo lo insondable de su Misterio.
En esta última parte mi discurso podría resultar invasivo o colonizador para otras creencias, pero realmente no es así: sencillamente estoy hablando de una realidad.
- De una realidad que anima a la Iglesia, y que hace que sus formulaciones sean fecundas.
- Que hace que la ciencia progrese en sus debidos cauces, porque es el Espíritu Santo del que hablo el que conduce a la revelación de la Verdad completa.
- No porque los cristianos lo creamos, sino porque es así.