Blogia
::: Dorotatxu :::

LA UNISEXUALIDAD DE DIOS

En el artículo anterior (EL CORAZÓN Y LOS ANDARES DE LA IGLESIA) partíamos del axioma de que sólo lo inteligible es interpretable, y sólo lo amable es digno de amor. Una vez considederado, vamos a introducir ahora el siguiente silogismo: “sólo lo que para nosotros es amable, es capaz de generar nuestra conducta en aras a su consecución”. 

 

Esto es así porque las personas queremos por una razón de bien, es decir, sólo cuando algo es considerado bueno para nosotros lo admitimos como tal, sencillamente por considerar que forma parte de nuestro propio bien, y es de este modo como llega a formar parte de nuestra propia realidad. 

 

Pero comoquiera que nuestros actos de conocimiento y amor son puntuales, acumulativos y mediatos (es decir, porque sólo conocemos a través de nuestra experiencia, porque sólo incorporamos conceptos en la medida en que nos sean significativos de la realidad, y porque sólo conocemos mediante nuestros sentidos externos), sólo en la medida en que nuestros conceptos sean y se demuestren veraces se convertirán en principios ordenadores de nuestra conducta y constituirán para nosotros una experiencia de la vivencia de nuestra propia felicidad.

 

Es pues con sucesivos actos puntuales y acumulativos de conocimiento y amor como vamos evolucionando a lo largo de nuestra vida, no dudando en sustituir o incorporar nuevos conceptos en la medida en que los juzguemos significativos de nuestra verdad.

 Pero independientemente de nuestras consideraciones, la verdad es algo que se impone por cuanto que todas las cosas tienen una razón de bien o de bondad en sí mismas, es decir: las cosas son y son buenas en la medida en que son como deben, o dicho de otro modo, en la medida en que son e interactúan de la manera conveniente a sus respectivas naturalezas, formando parte cada una en su medida de una razón de bien universal. 

Es esta razón de bien universal lo que justifica la bondad de todo lo bueno, y es el hecho de participar en ella del modo conveniente (sepámoslo o no) lo que nos convierte en auténticamente amables y como tal en seres dignos de compartir amor.

 Hemos llegado pues, a lo que yo considero una obviedad: si hay algo real, netamente bueno es el Amor, pero son nuestras connivencias, nuestras maneras cicateras y restrictivas de compartir unos conocimientos sobre Él que no dejan de ser sino interpretaciones filosóficas de esta neta realidad lo que dificulta nuestra participación y nuestra co-existencia dentro de ella, provocando en la medida en que los absoluticemos incomprensiones y desarraigos en quienes, pese a su deseo de compartirla, no sean conscientes del peligro de esa posibilidad. 

Es, pues, amando convenientemente como compartimos el Amor. 

Pero este Amor que impera en y entre todas las naturalezas y que se nos comparte, no actúa circunscribiéndose a las características .creadas de ninguna de ellas.

 

Sencillamente actúa, y precisamente porque actúa existe “en” y es compartido “por” todas ellas.

 

Dicho de otro modo: nosotr@s amamos, precisamente porque el Amor existe, porque Él nos ama primero e ininterrumpidamente, y porque vivificad@s por ese Amor que existe, nos ama, y actúa en nosotr@s ininterrumpidamente, a través de nuestras relaciones somos capaces de participar y de compartir, siempre que lo hagamos convenientemente, el verdadero Amor.

 

Pero el Amor del que hablamos tiene unas características especiales que como hemos adelantado, no están circunscritas a ninguna de las características de las distintas naturalezas creadas entre las que se comparte.

 

Su naturaleza es netamente espiritual (por no decir divina), y es a través de sus relaciones “con”, “entre” y “por” los actos de otros seres que participan aunque limitadamente de esta naturaleza (es decir, de otros seres personales), como ese Amor de naturaleza divina impera conforme a un cierto rango “en” todas sus criaturas.

 

Es por eso que hablo de la “unisexualidad” de Dios.

 Porque aunque con categorías humanas podamos hablar de Dios indistintamente como Padre o Madre en razón de la procedencia de su Amor, la realidad es que el Amor de Dios existe y actúa “en” y “a través” de los actos de los seres humanos independientemente de cuál sea su condición sexual,

... porque ése el modo previsto para que su Amor alcance en función nuestra a todas las criaturas manifestándose de ese modo el poder y la Gloria del Creador,

... y porque aunque los seres humanos tengamos un cuerpo sexuado, y realmente haya un modo específico de compartir nuestro amor de naturaleza racional ordenado a la perpetuación de nuestra especie, lo que los seres racionales compartimos, lo que no somos capaces de dar por nosotros mismos, y lo que justifica nuestra condición como seres personales precisamente por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, es el hecho de ser capaces de compartir ese Amor ilimitado de naturaleza espiritual y para el que no existen categorías, que es el Amor de Dios. 

 

Hablando de la capacidad de generar seres de nuestra misma especie,

... una cosa es el discernimiento, la elección, la libre entrega de la intimidad, la aceptación consciente de la relación y la actuación que resulte debida y consiguiente...

 

Son éstas opciones y valores positivos que la Iglesia defiende por cuanto que tienen una razón de bondad implícita en todas las relaciones que con origen en la conyugalidad y a partir de ella se establezcan entre los miembros de una familia (fraternidad, filiación...)

 Pero eso no quiere decir que el Amor esté limitado por ellos, y es únicamente considerándolo bajo esta acepción como podemos hablar sin faltar a la verdad, de conceptos como la maternidad de la Iglesia, la paternidad espiritual de los sacerdotes y del mismo Papa, o la hermandad y solidaridad universales. 

 

Acabemos diciendo:

  • que sólo Dios conoce nuestra intención.
  • que es a través de una dimensión intencional como las facultades espirituales se comparten,
  • y que es precisamente así como los seres racionales nos comunicamos y participamos del Amor de Dios.

  Esa participación en el Amor de Dios como pareja, se nos alcanza en el Sacramento del Matrimonio. Es así como se nos comunica la gracia específica para, por encima de nuestros medios, poder perpetuar en pareja en el Amor de Dios. 

Pero aunque, los padres incoan y favorecen en sus hijos el conocimiento y el amor a Dios, nunca olvidemos, que quien da, participa, y mantiene la vida mistérica no son los progenitores, sino Dios.

  Así las cosas, una vida ya nacida puede ser encauzada hacia Él por personas que, no siendo propiamente sus generadoras, sean incoadoras, favorecedoras y protectoras de su crecimiento espiritual, y como la vida espiritual es propiamente vida por cuanto que en ella convergen las funciones necesarias para considerarla tal por (las ideas o los afectos también se asimilan, se comparten y se generan), podemos concluir que en temas tan analizados como el de la familia o el matrimonio, cabe la consideración de nuevos planteamientos, máxime si se tiene en cuenta que en el caso del Sacramento del Matrimonio, la unión se establece entre los contrayentes y Dios, siendo el Sacerdote y la comunidad meros testigos de la expresión del consentimiento de los auténticos sujetos y ministros del Sacramento: la pareja. 

 

Confío en que estos razonamientos sirvan para aclarar alguna de las ideas barajables por una y otra parte (me refiero a opiniones tanto de personas homosexuales como a miembros de la misma Iglesia), porque como decía en otra ocasión,

  • los cristianos estamos obligados a entendernos cuando hablamos del verdadero Amor,
  • y porque, como también decía, sea cual sea la tendencia sexual de una persona, desde el momento en que participa del Cuerpo Místico de Cristo a través del Sacramento del Bautismo, puesto que el mismo imprime carácter, salvo que renuncie a ella, no hay quien le quite esa condición.

0 comentarios