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Teología

EL HECHO RELIGIOSO

El comentario que pretendo articular tiene relación con el artículo inmediatamente anterior y dice así: 

“Bueno, yo comparto bastante la idea de la religión como un subproducto de la evolución, y que obviamente, produce a menudo efectos indeseables...
Sobre los efectos deseables que la religión aporta, recuerdo ahora como unos días atrás, en un comentario hecho al articulo LA VIDA EN COLOR O LOS COLORES DE LA VIDA se preguntaba: "Ante un idéntico actuar santo, ¿dónde está la gracia de hacerlo pensando en un Dios mudo o no?". Me parece una pregunta muy oportuna para ser repetida en esta ocasión. Me temo que la religión no es el origen de la bondad...

 Si por subproducto entiendes que la religión procede de la comprensión e interpretación humana de la manifestación de Dios (que sería el producto), estoy de acuerdo contigo, querid@ amig@. 

Esta posibilidad está al alcance de todos los seres racionales, por lo que el hecho religioso se encuentra expresado en todas las culturas y en todos los tiempos. Su interpretación en ocasiones origina las conductas, y esto vale para un monje budista, para Teresa de Calcuta, o para los talibanes (por ejemplo) y en ese sentido creo que se expresa el P. Cantalamessa. 

Lo que sucede es, que como el ser humano necesita conocer para amar (o para "tender" si lo prefieres) puesto que los seres humanos evolucionamos y nos relacionamos a través de los efectos de nuestros actos, que el hecho religioso tenga su plasmación en la sociedad de una manera u otra depende del conocimiento y verdadera interpretación  que tengamos de la bondad de "lo religioso", es decir, del modo en el que la bondad de Dios se nos manifiesta. 

Él se nos manifiesta a través de la naturaleza, pero es que llegada la plenitud de los tiempos nos ha hablado. Lo ha hecho precisamente para que le comprendiéramos y lo ha hecho precisamente mediante su Palabra. 

Es por su Palabra como le conocemos como un ser tri-personal, es decir, como un ser espiritual del que se pueden considerar su forma de ser como Espíritu Puro (el Padre), su forma de actuar ilimitada (el Espíritu Santo), y su forma de manifestarse mediante sus actos (el Hijo). 

Porque la forma de manifestarse de los seres personales (es decir, los seres espirituales) es mediante la  Palabra, decimos que el Hijo es la Palabra de Dios. 

Porque la manifestación de la Palabra de Dios tomó forma humana, sabemos de sus designios, y tenemos constancia de su cumplimiento en un ser humano (Jesús de Nazaret), en quien fuera de todo espacio y de todo tiempo, por la acción del Poder del Espíritu de Dios (del Espíritu Santo) la creación es recreada.  

Ésta es la manera de interpretar el hecho religioso por los cristianos. Como ves, consideramos que la actuación de un Dios mudo es perceptible (me refiero a la contemplación). Pero los cristianos sabemos también hecha explícita su intención porque es la misma Palabra de Dios quien tomó forma humana. 

Cualquier otra interpretación que tenga como razón el conocimiento de un Dios personal en quien tuvieron origen y en quien tienen mantenimiento y realización todas las maravillas del universo, a mi modo de ver es correcta.

Si además esa interpretación se concretara en un tender hacia Él con auténtico empeño del corazón, puesto que todos actuaríamos todos “tendiendo” hacia lo mismo, llegaríamos a unirnos en el amor, aunque para ello tendríamos que purificar y despreciar algunos de los “detritus” de nuestras respectivas interpretaciones.  

Pero como a lo que se puede llegar de un modo intuitivo, tiene una concreción,  pienso que lo conveniente es escuchar a un Dios que nos habla, encarnado, en la persona de Jesús de Nazaret. 

He dicho.

HACEOS AMIGOS CON EL DINERO

Me suele gustar leer los comentarios que el P. Cantalamessa hace al contenido del Evangelio de cada domingo. A ver lo que os parece lo que ha escrito para el de mañana. Dice así:

"El Evangelio de este domingo nos presenta una parábola en cierto modo bastante actual, la del administrador infiel. El personaje central es el administrador de un propietario de tierras, figura muy popular también en nuestros campos, cuando regían sistemas usufructuarios.

Como las mejores parábolas, ésta es como un drama en miniatura, lleno de movimiento y de cambios de escena.

La primera tiene como actores al administrador y a su señor y concluye con un despido tajante: «Ya no puedes ser administrador». Éste no esboza siquiera una autodefensa. Tiene la conciencia sucia y sabe perfectamente que de lo que se ha enterado el patrón es cierto.

La segunda escena es un soliloquio del administrador que se acaba de quedar solo. No se da por vencido; piensa enseguida en soluciones para garantizarse un futuro.

La tercera escena –el administrador y los campesinos— revela el fraude que ha ideado con ese fin: «“¿Tú cuánto debes?” Respondió: “Cien cargas de trigo”. Le dijo: “Toma tu recibo y escribe ochenta”». Un caso clásico de corrupción y de falsa contabilidad que nos hace pensar en frecuentes episodios parecidos en nuestra sociedad, si bien a escala mucho mayor.

La conclusión es desconcertante: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente». ¿Es que Jesús aprueba o alienta la corrupción?

Es necesario recordar la naturaleza del todo especial de la enseñanza en parábolas. La parábola no hay que trasladarla en bloque y con todos sus detalles en el plano de la enseñanza moral, sino sólo en aquel aspecto que el narrador quiere valorar. Y está claro cuál es la idea que Jesús ha querido inculcar con esta parábola. El señor alaba al administrador por su sagacidad, no por otra cosa. No se afirma que se vuelva atrás en su decisión de despedir a este hombre. Es más, visto su rigor inicial y la prontitud con la que descubrió la nueva estafa, podemos imaginar fácilmente la continuación, no relatada, de la historia.

Tras haber alabado al administrador por su astucia, el señor debe haberle ordenado que devolviera inmediatamente el fruto de sus transacciones deshonestas, o pagarlas con la cárcel si no podía saldar la deuda. Esto, o sea, la astucia, es también lo que alaba Jesús, fuera de parábolas. Añade, de hecho, casi como comentario a las palabras de ese señor: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Aquel hombre, frente a una situación de emergencia, cuando estaba en juego su porvenir, dio prueba de dos cosas: de extrema decisión y de gran astucia. Actuó pronta e inteligentemente (si bien no honestamente) para ponerse a salvo.

Esto –viene a decir Jesús a sus discípulos— es lo que debéis hacer también vosotros para poner a salvo no el futuro terreno, que dura algunos años, sino el futuro eterno. «La vida –decía un filósofo antiguo— a nadie se le da en propiedad, sino a todos en administración» (Séneca). Somos todos los «administradores»; por ello debemos hacer como el hombre de la parábola. Él no dejó las cosas para mañana, no se durmió. Está en juego algo más importante como para confiarlo al azar.

El Evangelio a menudo hace diversas aplicaciones prácticas de esta enseñanza de Cristo. En la que se insiste más tiene que ver con el uso de la riqueza y del dinero: «Yo os digo: haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas». Es como decir: haced como aquel administrador; haceos amigos de quienes un día, cuando os encontréis en necesidad, puedan acogeros.

Estos amigos poderosos, se sabe, son los pobres, puesto que Cristo considera dado a Él en persona lo que se da al pobre. Los pobres, decía San Agustín, son, si lo deseamos, nuestros correos y porteadores: nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes en la morada que se está construyendo para nosotros en el más allá. "

¿Os ha gustado?

Ya sabéis que el P. Cantalamessa es el predicador del Papa, ¿no?...

EL ZAPATO DE RASO

En la obra «El zapato de raso» de Paul Claudel, la protagonista, cristiana fervorosa pero al mismo tiempo locamente enamorada de Rodrigo, exclama interiormente, como si le costara creerse a sí misma: «Por tanto, ¿está permitido este amor por las criaturas? ¿Verdaderamente Dios no tiene celos?». Y su ángel de la guarda le responde: «¿Cómo podría ser celoso de lo que ha hecho él mismo?» (acto III, escena 8).

El amor por Cristo no excluye los demás amores sino que los ordena. Es más, en Él todo amor genuino encuentra su fundamento, su apoyo y la gracia necesaria para ser vivido hasta el final. 


Jesús no hace ilusiones a nadie, pero tampoco desilusiona a nadie.

Pide todo porque quiere darlo todo; es más, lo ha dado todo.

Uno podría preguntarse: ¿pero cómo puede este hombre, que vivió hace veinte siglos en un rincón perdido del planeta, pedirnos a todos este amor absoluto? La respuesta se encuentra en su vida terrena que conocemos por la historia: él fue el primero en darlo todo por el hombre: «Cristo nos amó ; y se entregó por nosotros» (Cf. Efesios 5, 2).

En este mismo pasaje del Evangelio, Jesús nos recuerda también cuál es el test y la prueba del verdadero amor por Él: «cargar con la propia cruz». Pero cargar con la propia cruz no significa buscar sufrimientos. Cristo tampoco se puso a buscar su cruz; en obediencia a la voluntad del Padre la cargó sobre sí cuando los hombres se la pusieron a las espaldas, transformándola con su amor obediente de instrumento de suplicio en signo de redención y de gloria.

Jesús no vino a aumentar las cruces humanas, sino más bien a darles un sentido.

Con razón, se ha dicho que «quien busca a Jesús sin la cruz, encontrará la cruz sin Jesús», es decir, de todos modos encontrará la cruz, pero sin la fuerza para cargar con ella.

(Opiniones extraídas del comentario del padre Raniero Cantalamessa a la liturgia del domingo XXIII del tiempo ordinario) 



LA VIDA EN COLOR O LOS COLORES DE LA VIDA

Os voy a presentar en esta ocasión el texto de una intervención del Papa dedicado a presentar algunos aspectos de la doctrina de San Gregorio de Nisa. A mí me ha encantado, y tal vez vosotros tengáis algo que decir...

A ver qué os parece. Dice así:

"Queridos hermanos y hermanas:

Os propongo algunos aspectos de la doctrina de san Gregorio de Nisa, de quien ya hablamos el miércoles pasado. Ante todo, Gregorio manifiesta una concepción muy elevada de la dignidad del hombre. El fin del hombre, dice el santo obispo, es el de hacerse semejante a Dios, y este fin lo alcanza sobre todo a través del amor, del conocimiento y de la práctica de las virtudes, «rayos luminosos que descienden de la naturaleza divina» («De beatitudinibus» 6: PG 44,1272C), con un movimiento perpetuo de adhesión al bien, como el corredor que tiende hacia delante.

Gregorio utiliza en este sentido una imagen eficaz, que ya estaba presente en la carta de Pablo a los Filipenses: «épekteinómenos» (3,13), es decir, «tendiéndome» hacia lo que es más grande, hacia la verdad y el amor.

Esta expresión plástica indica una realidad profunda: la perfección que queremos encontrar no es algo que se conquista para siempre; perfección es seguir en camino, es una continua disponibilidad para seguir adelante, pues nunca se alcanza la plena semejanza con Dios; siempre estamos en camino (Cf. «Homilia in Canticum 12»: PG 44,1025d). La historia de cada alma es la de un amor que es colmado en cada ocasión, y que al mismo tiempo está abierto a nuevos horizontes, pues Dios dilata continuamente las posibilidades del alma para hacerla capaz de bienes siempre mayores.

Dios mismo ha sembrado en nosotros semillas de bien y de Él surge toda iniciativa de santidad, «modela el bloque... Limando y puliendo nuestro espíritu forma en nosotros a Cristo» («In Psalmos 2»,11: PG 44,544B).

Gregorio aclara: «No es obra nuestra, y no es tampoco el éxito de una potencia humana el llegar a ser semejantes a la Divinidad, sino el resultado de la generosidad de Dios, que desde su origen ofreció a nuestra naturaleza la gracia de la semejanza con Él» («De virginitate 12»,2: SC 119,408-410).

Para el alma, por tanto, «no se trata de conocer algo de Dios, sino de tener a Dios en sí» («De beatitudinibus 6»: PG 44,1269c). De hecho, constata agudamente Gregorio, la divinidad es pureza, es liberación de las pasiones y remoción de todo mal: si todo esto está en ti, Dios realmente está en ti» («De beatitudinibus 6»: PG 44,1272C).

Cuando tenemos a Dios en nosotros, cuando el hombre ama a Dios, por esa reciprocidad que es propia de la ley del amor, quiere lo que Dios mismo quiere (Cf. «Homilia in Canticum 9»: PG 44,956ac), y, por tanto, coopera con Dios para modelar en sí la imagen divina, de manera que «nuestro nacimiento espiritual es el resultado de una opción libre, y nosotros somos en cierto sentido los padres de nosotros mismos, creándonos como nosotros mismos queremos ser, y formándonos por nuestra voluntad según el modelo que escogemos» («Vita Moysis 2»,3: SC 1bis,108).

Para ascender hacia Dios, el hombre debe purificarse: «La vida que reconduce la naturaleza humana al cielo no es más que alejarse de los males de este mundo… Hacerse semejante a Dios significa llegar a ser justo, santo y bueno… Si, por tanto, según el Eclesiastés (5,1), “Dios está en el cielo” y si, según el profeta (Salmo 72, 28), vosotros “estáis con Dios”, esto quiere decir necesariamente que tenéis que estar allí donde está Dios, pues estáis unidos a Él. Dado que él os ha ordenado que, cuando recéis, llaméis a Dios Padre, os está diciendo que seáis semejantes a vuestro Padre celestial, con una vida digna de Dios, como el Señor nos ordena con más claridad en otro momento, cuando dice: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mateo 5,48) » («De oratione dominica 2»: PG 44,1145ac).

En este camino de ascenso espiritual, Cristo es el modelo y el maestro, que nos permite ver la bella imagen de Dios (Cf. «De perfectione christiana»: PG 46,272a). Cada uno de nosotros, contemplándole a Él, se convierte en «el pintor de la propia vida», haciendo que la voluntad sea como la realizadora del trabajo y las virtudes como las pinturas de las que puede servirse (Ibídem: PG 46,272b).

Por tanto, si el hombre es considerado digno del nombre de Cristo, ¿cómo hay que comportarse? Gregorio responde así: tiene que «examinar siempre en su intimidad los pensamientos, las palabras, y las acciones, para ver si están dirigidos a Cristo o si se alejan de él» (Ibídem: PG 46,284c). Y este punto es importante para el valor que da a la palabra cristiano. Cristiano es quien lleva el nombre de Cristo y por tanto debe asemejarse a Él también en la vida. Nosotros, los cristianos con el Bautismo, nos asumimos una gran responsabilidad.

Ahora bien Cristo, recuerda Gregorio, está presente también en los pobres, de manera que no tienen que ser nunca ultrajados: «No desprecies a quienes están postrados, como si por este motivo no valieran nada. Considera quiénes son y descubrirás cuál es su dignidad: representan a la Persona del Salvador. Y así es, pues el Señor, en su bondad, les prestó su misma Persona para que, a través de ella, tengan compasión por quienes son duros de corazón y enemigos de los pobres» («De pauperibus amandis»: PG 46,460bc).

Gregorio, como decíamos, habla de una ascensión: ascensión a Dios en la oración a través de la pureza de corazón; pero ascensión a Dios también mediante el amor al prójimo. El amor es la escalera que lleva a Dios. Por tanto, el de Nisa exhorta vivamente a quienes le escuchaban: «Sé generoso con estos hermanos, víctimas de la desventura. Da al hambriento lo que le quitas a tu estómago» (Ibídem: PG 46,457c).

Con mucha claridad, Gregorio recuerda que todos dependemos de Dios, y por ello exclama: «¡No penséis que todo es vuestro! Tiene que haber también una parte para los pobres, los amigos de Dios. La verdad, de hecho, es que todo procede de Dios, Padre universal, y que somos hermanos, y pertenecemos a una misma extirpe» (Ibídem.: PG 46,465b). Entonces, el cristiano debe examinarse, sigue insistiendo Gregorio: «Pero, de qué te sirve ayunar y hacer abstinencia, si después con tu maldad no haces más que daño a tu hermano? ¿Qué ganas, ante Dios, por el hecho de no comer de lo tuyo, si después, actuando injustamente arrancas de las manos del pobre lo que es suyo?» (Ibídem: PG 46,456a).

Concluyamos nuestras catequesis sobre los tres grandes padres de Capadocia recordando una vez más ese aspecto importante de la doctrina espiritual de Gregorio de Nisa, que es la oración. Para avanzar en el camino hacia la perfección y acoger en sí a Dios, llevando en sí al Espíritu de Dios, el amor de Dios, el hombre tiene que dirigirse con confianza a Él en la oración: «A través de la oración logramos estar con Dios. Pero, quien está con Dios, está lejos del enemigo. La oración es apoyo y defensa de la castidad, freno de la ira, sosiego y dominio de la soberbia. La oración es custodia de la virginidad, protección de la fidelidad en el matrimonio, esperanza para quienes velan, abundancia de frutos para los agricultores, seguridad para los navegantes» («De oratione dominica 1»: PG 44,1124A-B).

El cristiano reza inspirándose siempre en la oración del Señor: «Si, por tanto, queremos pedir que descienda sobre nosotros el Reino de Dios, lo pedimos con la potencia de la Palabra: que yo sea alejado de la corrupción, que sea liberado de la muerte y de las cadenas del error; que nunca reine sobre mí la muerte, que no tenga nunca poder sobre nosotros la tiranía del mal, que no me domine el adversario ni me haga su prisionero con el pecado, sino que venga a mí tu Reino para que se alejen de mí, o mejor todavía, se anulen las pasiones que ahora me dominan» (Ibídem 3: PG 44,1156d-1157a).

Terminada su vida terrena, el cristiano podrá dirigirse con serenidad a Dios. Hablando de esto san Gregorio piensa en la muerte de su hermana Macrina y escribe que ella, en el momento de la muerte, rezaba a Dios con estas palabras: «Tú, que tienes en la tierra el poder de perdonar los pecados, perdóname para que pueda tener descanso (Cf. Salmo 38,14), y para que me presente en tu presencia sin mancha, en el momento en el que quedo despojada de mi cuerpo (Cf. Colosense 2, 11), de manera que mi espíritu, santo e inmaculado (Cf. Efesios 5, 27) sea acogido en tus manos, "como incienso ante ti" (Salmo 140,2)» («Vita Macrinae 24»: SC 178,224).

Esta enseñanza de san Gregorio sigue siendo válida siempre: no hay que hablar sólo de Dios, sino llevar a Dios en sí mismo. Lo hacemos con el compromiso de la oración y viviendo en el espíritu de amor por todos nuestros hermanos".

¿Lo hacemos así?...

LOLA Y JUDITH

Relacionado con el artículo LA PREGUNTA DE MAR aparecen un par de comentarios firmados por Judith y Lola respectivamente, que manifiestan que el mismo adolece de un lenguaje demasiado técnico, por lo que voy a intentar ahora facilitarlo en base a las siguientes consideraciones:

 

Mirad:

La forma sustancial es el modo en que la vida inhiere sobre una la sustancia. 

Es así como se le confiere la existencia, y con ella unas capacidades de ser, de actuar y de relacionarse determinadas que son específicas para cada una de las naturalezas. 

Esta especificidad es la que marca un rango de jerarquías dentro de las mismas, de modo que la existencia de los individuos de las naturalezas inferiores está ordenada a y existe en función de, la composición, la evolución, y la conservación en el ser de los componentes de las naturalezas superiores. 

Así, vamos a hablar ahora un poquito de lo que esto supone cuando hablamos de individuos de las distintas naturalezas.

 La característica común a todos los individuos de la naturaleza material, es que su sustancia está constituida por átomos, y aunque cabe una subdivisión entre seres animados e inertes dentro de esta naturaleza en función de que su forma de actuar excluya o no todo movimiento por ellos mismos, diremos que también sobre los miembros inertes de la naturaleza material recae una forma de vida que hace que entre los átomos que constituyen su sustancia se establezcan uniones estables para la formación de moléculas, que a su vez llegan a formar parte y a constituir la estructura de compuestos más complejos. 

La forma que adopta la vida en los seres animados de la naturaleza material permite a sus individuos realizar por sí mismos una serie de funciones como la metabólica y/o las de crecimiento y reproducción.  Compartiendo todas estas funciones por cuanto que a la naturaleza material también pertenecen, nos encontramos con otro tipo de individuos: los pertenecientes a la naturaleza racional.

 En los seres racionales, las especiales características de la forma sustancial que ellos comparten personaliza las correspondientes a las propias de la naturaleza material a la que también pertenecen, constituyéndoles al hacerlo en seres personales y por tanto,

o       capaces de trascender las limitaciones espacio-temporales que impone la materia,

o       para llegar a compartirse y a comunicarse en un nivel en el que las facultades espirituales se comparten con otros seres espirituales y con Dios mismo, tras la manifestación que de sí mismo y de su voluntad unos y otros hacen mediante su palabra.

 Así pues, Lola, y puesto que el existir antecede al ser, y el ser al actuar, aunque dentro de la naturaleza racional nos encontramos a menudo con lo que denominamos “auténticos seres insustanciales”, cabe concluir que en ninguna naturaleza (salvo en la divina) existen individuos sin sustancia,
  • por cuanto que la forma sustancial antecede a la sustancia,
  • porque las sustancias no son sino en relación a otras,
  • y porque las distintas formas sustanciales, en cuanto que formas de vida, sólo proceden de Dios.
 

Espero que estas consideraciones os sirvan a las dos para aclarar un poco vuestros cuestionamientos.

 

 

EL POR QUÉ Y EL CON QUÉ DE NUESTRAS RAZONES

Decimos que nuestra fe es razonable. Pero a veces por miedo al error, por un exceso de prudencia, o por dejación de nuestras funciones, no ejercemos tal funcionalidad.

 

Pues bien:

o       aunque el Magisterio de la Iglesia es incuestionable en aquellos temas que han sido definidos como dogmas de fe, y en todo caso ilustrador de nuestros conceptos por cuanto que la Iglesia es la responsable última de la conservación del depósito de nuestra fe,

o       sucede que esto no elimina nuestra capacidad de razonar ni hace de nosotros seres alienados, por cuanto que la capacidad de razonar subyace en nosotros, tanto como subyace en nosotros la propia vanidad. 

Así las cosas,

o       aunque la opinión de la Iglesia no deba ser un corsé para nuestro razonamiento,

o       el peligro de considerar nuestro razonamiento como medida de todo lo razonable subsiste,

o       por lo que es necesario que, a la hora de razonar, utilizando siempre razonamientos objetivos, los contrastemos incesantemente con el contenido de lo revelado de nuestra fe.

 

Me viene a la memoria una anécdota que, por ser ilustrativa de lo que digo, paso a continuación a relatar:

 

En una ocasión y tras ser suspendido en una asignatura de los primeros cursos de Arquitectura un alumno, su madre acudió al profesor para reclamar la nota de su hijo (que había sido baja por no complacerle al profesor alguno de sus trabajos) con la argumentación de que “sobre gustos no hay nada escrito”. A esto, el profesor respondió: “Si, señora, sí que lo hay; lo que sucede es que Vd. no lo ha leído”.

 

Por supuesto el criterio del profesor era determinante en aquella situación. Pero tal criterio se fundamentaba en razones objetivas que constituían el objeto propio de la ciencia y justificaban el método utilizado en ella, para la elaboración de la materia que pretendía transmitir (la Arquitectura).

 

Pues bien:

También cuando hablamos de Dios hemos de tratar el tema con el mismo rigor. 

De entrada se nos dirá que la realidad de Dios no es objetivable, y que por tanto no puede constituir el objeto propio de ninguna ciencia. 

Esto no es así, porque si bien la realidad de Dios es intangible, también lo son la luz o la música, y no por ello utilizando notas o guarismos, dejamos de elaborar sobre estas realidades no sólo para hacerlas comprensibles, sino para participar conscientemente de ellas y para hacerlas nuestras de alguna manera también. 

Porque lo que sucede es, que de la existencia de estas realidades se derivan determinados efectos, y de su aprehensión por nuestro intelecto se derivan para nosotros otros también, que a nuestra vez somos capaces de asimilar por cuanto que comprensibles, de elaborar y de compartir. 

Estos efectos si son tangibles y objetivables y es por causa de ellos por lo que un músico llega a ser músico, por lo que podemos juzgar sobre la mayor o menor armonía de una composición, o por lo que, en último término, podemos llegar a participar, a filosofar y a contrastar con nuestros semejantes la realidad de Dios, así como a valorar su conveniencia para nosotros mismos y/o para los demás.

 Debemos hacerlo con objetividad pero sin miedo. Como adultos. Porque aunque no lo hayamos leído como la señora del ejemplo que anteriormente exponía, cuanto ahora yo hablo y que no pretende sino dar verbo a las posibilidades de la Revelación, constituye el objeto propio de una ciencia, la Metafísica., con cuyo método científico las verdades de nuestra fe han sido analizadas y encuentran coherencia en todas sus manifestaciones, a través de todos los siglos de nuestra historia. 

 

Así, pues, no seamos timoratos. Nuestra fe no sólo es razonable,

o       sino que la iniciación y el progreso en el conocimiento de la realidad de Dios y de su conveniencia para nosotros mismos no deja de ser sino una manifestación de inteligencia,

o       y la opción de participar en esta realidad de un modo consciente, no deja de ser también sino una manifestación de nuestra libertad.

DIOS ES ESPÍRITU

 Dios es Espíritu, y Dios es Amor. Y, como decía Sto. Tomás de Aquino, la naturaleza del Amor es difusiva, expansiva... Tiende a comunicarse, a participarse, a crear... En un acto de Amor, y en su infinita Sabiduría, Dios crea al hombre, como dicen los primeros capítulos del Génesis, “a Su imagen y semejanza”. Y lo crea capaz del infinito, capaz de Dios mismo.  Lo destina a la contemplación, al gozo eterno. Lo crea para Sí: lo crea para el Amor.  Es el único ser de la creación a quien Dios quiere por él mismo. Lo quiere como lo ha creado, y lo crea para que, plenamente consciente de su ser y su existir, y usando y participando de y con todo lo creado, ame y de gloria a su Creador. Pero Dios quiere que sea el hombre le que “actualice” su amor. Quiere un “movimiento” de amor por parte del hombre.  Quiere que el hombre participe y sea amor para El. Que el hombre Le conozca y Le quiera, pero voluntariamente. Y para ello le capacita para que esa opción pueda ejercitarla libremente. Dios es Acto Puro de Ser. Pero la criatura no tiene el ser como una de sus perfecciones, sino que tiene el ser participadamente: participa del ser, de la vida, conforme a una gradación.  La vida se da en un estado incoactivo, y ese vivir, ese desarrollarse, ese evolucionar hacia el fin para el que cada cosa fue creada, pasa o se lleva a cabo mediante sucesivas “actuaciones” de las potencias para las que cada criatura está dotada. Esto es lo que queremos decir cuando afirmamos que la Creación tiene un sentido teleológico.  Por un acto de Amor Benevolente, Dios Uno y Trino confiere a la creación entera la esencia y la existencia.  El Que es, Perfección suma, en su infinita Sabiduría crea “lo que es”, y lo da realidad conforme a una composición determinada, dotándolo además, de una dinámica propia que hace que todo lo creado, evolucione, se desarrolle y se dirija hacia lo que le es conveniente según su naturaleza, hacia lo que supone la perfección de su especie. En la cima de la creación, Dios sitúa al hombre, y lo constituye compuesto de dos co-principios: el cuerpo (materia), y el alma (su forma sustancial). Por la materia, que es un principio de limitación, el ser humano se encuentra inserto en unas coordenadas espacio-temporales y comparte con el resto de la creación algunas características y funciones propias de la materia creada. Pero la creación del hombre constituye una “auténtica novedad” por las características de su otro co-principio: el alma. El alma humana es de naturaleza espiritual e inmortal. Por estas características que el alma humana comparte con otros seres creados de naturaleza no material (los seres angélicos) y con una analogía de semejanza con las Tres Personas Divinas, decimos que el hombre es una persona. En virtud de su alma, el hombre es capaz de Dios. Es capaz de acceder a un nivel trascendente, superador de las limitaciones de la materia, y es capaz de abrirse a la totalidad de lo que tiene existencia real. En virtud de su alma también, el hombre posee de modo participado esas cualidades “casi divinas” (la inteligencia y la voluntad) que le hacen libre, capaz de conocer y de amar al resto de las criaturas, y a través de ellas, a su Creador. Es, por tanto, capaz de autodeterminarse, de discernir y optar (o  no) por aquello que supone su plena realización. El hombre conoce, y el hombre quiere y, comoquiera que consciente y libremente, opta, puede elegir o no lo conveniente para su propio bien.  En la media en que lo hace, con ese acto de su voluntad, incrementa o disminuye la gradación de sus perfecciones y, con ello, su mayor o menor participación en el ser.  Cuando Dios creó al hombre, lo hizo responsable de sus actos y partícipe de Su amor. El ser de Dios es el Amor, y el hombre tenía participación en el Amor, en la intimidad divina. Del hombre, Dios esperaba amor. Pero el hombre optó. Se creyó Dios. Pensó que podía alcanzar lo que discernía como su fin por sus propios medios y, con ello, se apartó voluntariamente de Dios. Con esta opción equivocada, se introdujo el primer pecado en el mundo, y con él, el apartamiento voluntario de la persona humana del estado de justicia y felicidad para el que, y en el que fue creada. Este apartamiento voluntario del Ser, supuso para el hombre una degradación de sus perfecciones, una disminución en su propio ser: un detrimento de su vida teologal (la pérdida de la intimidad con Dios), y la pérdida también de unos dones llamados preternaturales, derivados de la participación en esa misma intimidad (la inmortalidad, la felicidad y plenitud que supone la contemplación de Dios...). La naturaleza original del hombre se vio así modificada, pero no anulada. El hombre se apartó de la eternidad y lo encontramos así situado en medio de unas coordenadas espacio-temporales; pero, en virtud de su alma, su espíritu seguía, sigue y seguiría siempre tendiendo a Dios. Tiene en sí una semilla de eternidad. Y Dios, fiel a Sí mismo, seguía, y sigue, y seguirá siempre, convocando al hombre a la plena participación en Su Amor. Permitiendo y posibilitando recorrer al hombre, contando de nuevo con su voluntad, y a través de la Persona encarnada del Verbo, el camino de retorno a Sí mismo.  Decíamos antes que en el hombre coexisten dos principios: el cuerpo y el alma, y que ambos co-principios constituyen el ser humano. Decíamos también que la creación entera (y con ella el hombre) está dotada con una dinámica propia que hace a cada criatura evolucionar hacia el fin para el fue creada.  De nuevo tenemos al hombre autodeterminándose: capaz de reconocer su propio Fin, capaz de hacerse persona por su participación en el diálogo amical con la Persona divina que Dios mismo genera a través de Su Palabra, y mediante su adhesión voluntaria a la Misma. Para participar en ese diálogo personal con Dios, el hombre presta su adhesión, pero es Dios el que convoca: actúa su Palabra, y el hombre responde a esa convocatoria al Amor reconociendo en Ella la Voluntad de Dios y sometiendo a ella la voluntad propia, mediante un acto de fe.  Dios se hace presente en este diálogo interpersonal mediante su Espíritu de Verdad y de Amor, y el hombre, reconociéndolo, Lo ama y se adhiere a El, sometiendo su propia voluntad a la Divina. Es el Espíritu de Amor el que hace partícipe (de nuevo) al hombre de esa vida teologal que había perdido, y es en la Persona del Verbo encarnado a través de La que, el hombre, autodetermilnándose, puede aspirar y conseguir introducirse definitivamente en el estado de beatitud y justicia que supone la contemplación de Dios, y la plena participación en la intimidad divina. Para que lo consiga, el Espíritu Santificador comunica al hombre sus Dones y suple así las carencias humanas, posibilitando que, a través de ellos, puede llegar el comportamiento del hombre a actuar con unos criterios no propios sino Divinos.             

DEL PODER QUE PROVIENE DEL AMOR