VERDAD VERDADERA III
Echando mano de vuestra “metafísica espontánea” y después de la “lección magistral” que os di en mi artículo anterior, confío en que os resulte evidente que las cosas son porque son una realidad en sí mismas, que lo son dentro de un orden y en relación con otras, que hay un rango dentro de lo que las cosas son que viene marcado por las características de sus respectivas naturalezas (o esencias), que dentro de ellas los entes actúan o son actuados (pensemos en la naturaleza inerte y/o en la naturaleza animada) “en”, “con” “por medio de” y “en base a” las posibilidades que éstas les ofrecen, y que para que esto sea así, previamente han necesitado ser y estar siendo.
Esto último os parecerá una perogrullada, pero no lo es, puesto que lo que los entes son no tienen su origen en sí mismos como ya hemos dicho, sino que son porque hay algo que es previamente y que les hace ser, y “mantenerse siendo” como modo de permanencia en lo que originariamente es, que es su existencia.
Cuando hablamos pues, de esencia y de existencia, estamos refiriéndonos a algo que es real: a algo que es y que existe, independientemente de que lo conozcamos, lo interpretemos, o de cómo nosotros lo valoremos.
Vamos ahora a ver en qué creemos los cristianos. Los cristianos creemos en la existencia de un Ser personal y subsistente, de quien no sólo proceden todas las cosas, sino que además procede la permanencia de las mismas en el ser. Ésta es la síntesis del contenido del relato del Génesis, incluyendo lo referido a la creación del ser humano. La argumentación metafísica para defender esta creencia, la considero suficientemente tratada en el artículo anterior, pero voy a hacer ahora un poquito de hincapié en lo que supone la especificidad del ser humano, para tratar de llegar a lo que suponen los grandes hitos del cristianismo por los que preguntaba Hola.
Para ello partiremos de una definición de Huserl que ya me habéis visto utilizar en otras ocasiones. Huserl definía la certeza como la vivencia de la evidencia. Pero lo cierto es que a esa evidencia se llega a través de la experiencia, por lo que únicamente mediante la experiencia se podría llegar a la certeza, ¿no es así?...
Pues bien. Hasta aquí todos de acuerdo. Veamos ahora de cuantos tipos de experiencia hablamos:
En ocasiones con nuestro conocimiento nos encontramos ante entes con una esencia tangible, es decir, con cosas que podemos conocer mediante nuestra percepción como ellas mismas (un árbol, un perro). Estaríamos hablando de una experiencia directa de lo que ell@s son.
En otras, nuestra experiencia de lo que las cosas son nos adviene a través de la observación de sus efectos en nosotros y/o en nuestro entorno (léase magnetismo, gravedad, el tiempo transcurrido) y en este caso, nuestra experiencia también permite ser relacionada con la tangibilidad.
Pero hay otro tipo de experiencias que tienen lugar en nuestro interior. A ellas no llegamos porque lo cognoscible tenga una presencia física, ni tampoco porque sus efectos –aunque también los tengan- sean tangibles, sino por la manera de vivirlas en nuestro interior. Es este tercer tipo de experiencias el que ahora nos interesa...
Cuando tenemos una experiencia de este tipo, la mediación es superflua. Son experiencias que se adquieren cuando, por ejemplo, nos traspasa la música o la belleza. Todos podemos más o menos participar de esa experiencia, y así podríais decirme que hay una armonía y una cierta música en toda la creación.
En esto pues, no considero que consista la diferencia sustancial entre el ser humano y otros seres en tanto que cognoscentes.
Cualquiera de ellos y a su nivel, son o somos capaces de distinguir lo uno como contraste de lo diverso, lo bueno en cuanto a que conveniente, lo bello como deseable, o lo verdadero en tanto que es.
Pero hay otro tipo de experiencia que sí considero específica del ser humano, y es la del conocimiento no sólo de “lo que es” en tanto que compartido o en tanto que pueda incidir sobre nosotros mismos o sobre la realidad que nos circunda, sino de “lo que es”, “en” nosotros mismos y “a través” de nuestra realidad.
Me explicaré.
Ya hemos dicho que trataríamos de hablar de lo que sabemos acerca de lo que es Dios, ejemplificándolo a través de lo que sabemos de lo que la música es.
Pues bien.
Centrándonos en la música, me diréis que tod@s tenemos una cierta percepción de ella, y que con la suficiente destreza podemos llegar no sólo a disfrutar, sino también a interpretar. También podéis decirme que música es lo que hacen los grillos, y hasta me atrevería a daros la razón.
Pero lo que yo mantengo, es que los seres humanos somos capaces de actuar “movidos” por ella, “en pos” de ella, pretendiendo tener “algo que ver” con ella y hacerla patente “como realidad”, y esto es así, porque los seres humanos podemos llegar a ser conscientes, no sólo de que la música es algo o de que es algo para nosotros, sino de que verdaderamente vive en nosotros, porque efectiva y previamente ella es.
Ésta es una diferencia sustancial que se hace patente si pensamos en la diferencia existente entre la figura de un intérprete y la de un compositor…
… y yo la utilizaré para expresar la diferencia existente entre los seres humanos en cuanto capaces de interpretar, y los seres humanos en cuanto capaces de participar voluntariamente y mediante sus actos, en el acto creador.
A la primera consideración responde el “tipo” de Adán, es decir, la consideración de Adán como figura de todo ser humano (sea hombre o mujer), y a la segunda, el “tipo” de Eva, es decir, de Eva como figura de los seres humanos en cuanto capaces de conocer y participar voluntariamente en el acto creador.
Nos queda por decir qué es la Gracia.
Pues bien, la Gracia es “la música” que habitaba en ellos con sus peculiares características y como poder generador.
Porque ella existía, y porque existía en ell@s, los seres humanos eran capaces no sólo de conocer su existencia, sino de participar voluntariamente en el acto creador, no por otra cosa.
En estas condiciones y con estas características es como la humanidad fue creada. No sólo para ser intérpretes, sino para ser también co-autores de la obra de la Creación.
El tema es que, en ejercicio de sus capacidades, los seres humanos y pese a conocer esta realidad, decidieron optar por una realidad creada, por una concepción propia, no por esa realidad, con el resultado de que voluntariamente se apartaron de la Gracia y de su virtualidad.
Al ser así, y puesto que los seres humanos únicamente conocemos a través de nuestros sentidos externos, la única posibilidad de que conociéramos y admitiéramos la Gracia en nosotros mismos, hacía precisa la Encarnación –la manifestación sensible- de Dios.
Esto tuvo lugar en la persona del Hijo. A mí me gusta incluir para seguir razonando la aclaración de que el término persona hace alusión a un ser perteneciente a la naturaleza espiritual, no otra cosa.
Pues bien.
Cristo no es el hijo de Dios a la manera de los dioses griegos. Decimos que es el Hijo, porque hablando de la realidad Trinitaria, el Hijo se corresponde con una realidad espiritual y por tanto personal, que consiste es la manifestación a través de sus actos y de sus consiguientes efectos, del ser de Dios.
Así, “en la plenitud de los tiempos”, el Hijo de Dios entró en el mundo, y con este hecho pudimos tener conocimiento sensible de la realidad de Dios. Así pues, éste es uno de los cuatro hitos que yo considero fundamentales en el cristianismo: la Encarnación del Hijo de Dios.
Cristo, con sus palabras y con sus obras nos reveló el ser y el poder de Dios. Nos habló de su ser como realidad trinitaria, y a través de sus milagros puso de manifiesto el poder del Espíritu de Dios.
Hasta aquí, no pasaría del conocimiento de esta realidad. Estaríamos en el primer estadio de la creación, o más bien ante la figura de Adán. Pero es que a esta humanidad que Cristo tomó en sí, a través de su Bautismo, le advino la capacidad de conocer y participar en la nueva realidad que en Cristo adquiría y que recibiría con posterioridad. Así decimos, pues, que Cristo es el nuevo Adán y la nueva Eva de la nueva creación, y por eso creo que su Bautismo supone el segundo de los grandes hitos de nuestra religión.
Así, en Él se estableció de nuevo la relación de Dios con toda la humanidad, pero no fue sino tras su aceptación contra toda consideración humana, de la realidad del ser humano ordenada a Dios. Así, fue la aceptación de la voluntad de Dios para consigo mismo por parte de Jesús de Nazaret (su Muerte, el tercero de los grandes hitos del cristianismo) lo que consiguió para la humanidad entera la posibilidad de entrar de nuevo en relación con Dios.
Pero aunque hasta ese momento nos encontramos con una humanidad capaz de relacionarse y de hecho relacionada con Dios en la persona de Jesús de Nazaret, restaba, para que nosotros fuéramos compositores, que en los seres humanos “habitara” la Gracia, la “música” de Dios.
Fue también con un hecho concreto, con la Resurrección de la humanidad del Cristo (del Ungido con el Espíritu de Dios) como la humanidad entera se “hizo presente” y la presencia de Dios fue “en ellos” y “mediante de sus actos” tras la participación que entonces adquirimos en base a la participación en su Gracia creada, de la Gracia de Dios.
Éste sería lo que yo considero el cuarto pilar de nuestra creencia.
Notaréis que no he incluido Pentecostés y la creación de la Iglesia.
No lo he hecho, no porque considere que esto no sea una realidad (como las otras) para nuestra vida mística, sino porque pienso sinceramente que la actuación de Dios no se circunscribe a un hecho concreto, sino que Dios actúa del modo y en el momento que considera conveniente, y que Pentecostés, como la creación de la Iglesia a mi modo de ver, es el modo en que su Gracia alcanza a todos los seres humanos, en virtud de los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, y transcendiendo todo tiempo y toda ubicación. Es por ello que podemos hablar de la Iglesia militante y/o de la Iglesia triunfante, o eso es lo que a mí me parece….
Entonces veréis:
Cuando los cristianos manifestamos nuestra creencia en todo esto, no hacemos sino manifestar que aceptamos esta realidad.
No porque se considere más o menos razonable en términos teóricos o demostrable por métodos empíricos, sino porque sabemos que “es así”, que “es así en nosotros”, que “somos capaces de participar en ella”, y que de hecho lo hacemos por encima de nuestras posibilidades “como efecto de la Gracia”.
Sabemos de la inhabitación trinitaria (es decir, de la presencia de Dios en nuestras vidas), y sabemos también que porque esto es así (porque su Gracia habita en nosotros), nosotros podemos (por encima de nuestras posibilidades), llegar a ser co-autores, y además de intérpretes compositores, de la hermosa melodía de la Creación.
Por mi parte, hasta aquí hemos llegado en nuestro recorrido…
No se lo que a vosotros os parecerá.