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Caprichos teológicos

EL ENCARGO

Una cuadrilla de constructores y artesanos, recibieron el encargo de construir los accesos a la Ciudad de Luz. Si por ella me preguntarais y si la tal Ciudad imaginar pudiéramos, pensar habríamos de hacer en un recinto en el que cuanto lo compusiera, sin perder su forma y por ser en sí luminoso, fuera también capaz de iluminar.  

La construcción iría pautándose, hasta que –llegado el momento- los nuevos aledaños,  formaran igualmente parte de la Ciudad.  

Los materiales serían pequeñas piececitas de colores –como piedritas con las que se compusiera un sugerente mosaico- en el que, cada piececita con su diferente brillo y su particular color, evidenciara, ya en construcción, su capacidad de recibir y reflejar la Luz que emanaba de nuestra resplandeciente Ciudad. 

En el encargo no se hablaba de la forma que los accesos habrían de tener, ni tampoco sobre el plazo para su conclusión.  

De hecho, la obra sólo se consideraría acabada en el momento en que los aledaños pudieran demostrar, no ya la luminosa capacidad de sus materiales, sino su propia y luminosa condición.  

Sabedores como eran de que el  nivel de excelencia de su trabajo y el acierto en los materiales elegidos se juzgaría por la medida en que lo que con ellos construyeran pudiera participar al cabo de la Luz proveniente de nuestra Ciudad, comenzaron su trabajo  integrando una tras otra las distintas soluciones a los diferentes problemas que les planteaba la construcción. 

Se dieron cuenta en un primer intento, de que un crecimiento sin referencia, ensombrecía por sí mismo algunas zonas, lo cual invalidaba –si no la calidad de los  materiales- si su operatividad. 

Debían, pues, referenciar su obra hacia la Luz, y ésta sería su primera conclusión. 

Acometerían su obra con una orientación certera, pero parece que esta manera de construir tropezaba así mismo con una dificultad. 

La infinitud, es decir, la ausencia de límites de la Ciudad de Luz, les hacía imposible conocer cuál sería el punto de acceso a Ella.  

Imposible circunvalarla para averiguarlo, decidieron ponerse en contacto con el Señor de la Ciudad, quien haciendo uso de su infinita Sabiduría, les facilitó tanto el acceso como el modo de acceder con su trabajo a la Ciudad de Luz. 

En realidad el trabajo no está aún terminado, pero esta pequeña recreación me servirá para deciros que, si de lo que se tratara fuera elaborar con las pequeñas piececitas de nuestros actos una integral que nos permitiera llegar a participar de la Ciudad de Luz, con nuestros maestros constructores y artesanos habríamos de aprender a integrar intención, orientación, y docilidad ante la manifestación de la Sabiduría de nuestro Padre Dios. 

En ausencia de estas premisas, y como les pasaba en el primero de los casos a nuestros constructores, en ocasiones nos encontramos a nosotros mismos construyendo una especie de escalera helicoidal, en la que quizá con la mejor de nuestras intenciones y contando quizá con instrumentos muy válidos además, por no tener la debida orientación o por negarnos a aprehender las indicaciones convenientes, no nos llevaría sino a construir indefinidamente, sin llegar a alcanzar nuestro objetivo final. 

Claro que siempre podemos enderezar el rumbo...

POLVO ENAMORADO

Perdonadme este extravagante modo de introduciros en la Cuaresma. Lo hago, porque la Cuaresma es un tiempo de reflexión, y no otra cosa es la consideración de que, si bien la Liturgia nos recuerda hoy (Miércoles Santo) algo evidente como que somos polvo, y en polvo nos hemos de convertir, también nos resulta evidente que, si somos polvo, lo somos enamorado.

Así, y en la Cuaresma, la Iglesia nos invita a reflexionar.

Personalmente (y que Dios me perdone), no me dice mucho la evocación de la flagelación, de la crucifixión, etc...

Estoy convencida y me se tan flagelante y tan crucificante como en su momento lo fueron los autores de aquellos hechos.

De hecho, estoy convencida también de que si Jesús estuviera hoy físicamente entre nosotros, su mensaje nos resultaría tan transgresor y tan exigente, que con toda probabilidad y fácilmente le volveríamos a crucificar.

Pero yo creo que el mensaje de la Cuaresma no es ése.

Que la Cuaresma no tiene otro sentido que el remitirnos a la Resurrección.

Para ello, y como sostengo, yo creo que hemos de centrarnos en el análisis de nosotros mismos.

En que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir, sí.

Pero también en que, si somos polvo, lo somos de una manera muy especial: polvo llamado a sobrevivir en tanto que, enamorado y participante en el polvo de Cristo, seamos capaces de llegar a participar también, con Él y en Él, de la eternidad del Amor.

El auténtico calado en esta verdad, es lo que lleva al ser humano a la conversión.

A reflexionar sobre ella os remito pues con este artículo, por considerar que sería una pena que, enamorados y adheridos a otras contingencias, no llegáramos a participar de la verdad del Amor...

 

LOS POCOYÓ DE EL SEÑOR

No era tal. Cuando lo vi, que volando estaba, parecióme un pájaro. Cuando comprobé que una manada de ellos lo rehuía, me dije que no. Vi por fin que se trataba de un simple globo: de un globo sin forma de pájaro, del que los pájaros se asustaban debido sin duda a sus radiantes colores, los cuales adornaban una figura de caballito de ésos que se venden en ambulancia. Mi nietito tuvo uno, lo recuerdo muy bien. 

Lo segundo que imaginé, fue lo que hubieran sentido Pablo si su caballito recién adquirido hubiera partido volando hacia el cielo, y el modo en que, en ese caso, se lo hubiera explicado Pocoyó.

Pocoyó, por si no lo sabéis, es un personaje que junto con sus amigos -Elly, Pato, Lula, y Pajaroto- y a través de sus aventuras, introducen a los niños en un mundo de conceptos utilizando para ello la risa y las emociones.  Su nombre se debe a que su autor –cuando también era niño, aunque quizá nunca haya dejado de serlo- rezaba antes de acostarse, la conocida y siguiente oración: Jesusito de mi vida, tú eres niño pocoyó.

La cuestión es que a veces, y para que ellos comprendan, nosotr@s también tenemos que hacernos un poco niños, como Pocoyó, y utilizando su lenguaje, utilizando también determinadas actitudes, y desde luego con una gran dosis de imaginación, mostrar o hacer comprensible a nuestros niñ@s una determinada realidad.

Pues bien.

Todos hemos crecido. Pero en ocasiones aún necesitamos la presencia de Pocoyó en nuestras vidas para que nos haga comprender -habida cuenta de las circunstancias- la voluntad de Dios. A alguien que, por encima de las circunstancias y aún habiéndolas experimentado, nos enseñe a nuestra vez a ser un poquito Pocoyó para los demás.

Digo esto, porque ante la adversidad nos cuesta creer que la voluntad de Dios se concrete en algo que no deseamos, sin darnos cuenta de que Dios nos ama aún en y aún a pesar de las circunstancias, y que su voluntad no es otra sino nuestra evolución espiritual dentro de ellas,  y únicamente para nuestro bien. Para comprenderlo, es preciso ser un señor o una señora, es decir, personas que transcendiendo nuestras circunstancias, seamos capaces de situarnos por encima de ellas.

Es curioso que esto nos lo enseñen nuestras decisiones: nuestra voluntad rendida a la voluntad de Dios.

Pero para que se produzca tal aceptación, es necesario tener alma de niñ@s, y como si de niñ@s se tratara, realizar en nosotros un proceso de aprendizaje que nos permita a nuestra vez y una vez que lo hayamos logrado, ser un poquito otros Pocoyó para los demás.

Porque sucede que cuando esto es así, es decir, cuando realmente vivimos confiados en la voluntad de Dios y hacemos nuestra voluntad conforme a la Suya, es cuando llegamos a experimentar una paz y un gozo que podemos permitirnos después con todos compartir. Alegremente, como Pocoyó.

Es a ello a lo que por medio de esta reflexión os invito, porque considero que el mundo está necesitado de numerosos Pocoyó, y que ésta es precisamente nuestra tarea.

 

LA EPIFANÍA DE MICAELA

La posibilidad de haber oído mal fue lo que hizo que me levantara, pero no había sido así.  Bajé al piso inferior y en el salón estaba Micaela, un ser que pareciese haber sido creado para hacer felices a los demás. Quería explicarme su experiencia “en la fiestuqui” de la Epifanía, su primer Cotillón.

Quería "cotillear".

Así, nos sentamos ante un refresco, y comenzamos a hablar. Yo ya había estado allí otras veces, y sin embargo despertaba mi interés todo lo que ella tenía que contar.

Lo primero que me dijo es que allí todos le parecíamos seres bellísimos. Ella misma llegaba realmente transfigurada.

¿Incluso Klaus, le pregunté yo? -porque no os lo había dicho, pero yo me llevé conmigo a mi amiguito al Cotillón- Y sí, me contestó ella: tu perrito también. Hasta las hortalizas, las naranjas y las flores que allí había le parecieron especialmente frescas y olorosas según me comentó.

También me comentó lo mucho que le habían llamado la atención los Reyes Magos. Dice que se les veía sencillos y grandes dignatarios a la vez. Que por un lado eran como nosotros, y, por otro, no dudaban en arrodillarse y rendir pleitesía a aquel Chiquitín que ellos reconocían como a su Rey…

Vió la ternura de María y la solicitud de José, pero lo que sobre todo le impresionó fue la mirada de aquel Niño. No hablaba, ¡claro! (decía ella), pero te miraba de un modo tan especial… 

Parecía que te conociese desde hace mucho. Que no fuera necesario explicarle nada. Que sólo quisiera que le quisieras a Él.

Yo nada le dije (me confesó Micaela), ni siquiera le hice una carantoña. Sólo estaba allí,

 … ¡y Él me sonrió!...

También le pareció que su mirada sembraba futuro.

Esto no sabía explicármelo muy bien, pero yo le comprendía, porque con ella yo estaba recordando a mi vez el momento en el que Él me enamoró...

Fue un momento de cambio. Lo recuerdo perfectamente, porque entonces fue cuando fui capaz de distinguir entre lo que yo estimaba amable y el verdadero Amor.

Comprendí que Él estaba allí, que Él era el Amor, y que Él estaba allí “amándome” y “para mí” desde siempre y aunque aún yo mo me hubiera fijado nunca en Él.

Y, si esto era así, ¿cómo podía no confiarme?...

Desde entonces comencé a tratarle como a un amigo; a tratar de complacerle para que me sonriera porque quería -como ahora quiero- seguir enamorada por su sonrisa y seguir sabiéndome hermosa para Él.

Me di cuenta de que realmente estaba mirando al Niño con los mismos ojos que lo hacían los Reyes Magos, y me dí cuenta también de cómo su regalo era ya una realidad en mí.

Desde aquel día, yo sigo acudiendo al Cotillón de la Epifanía para disfrutar de esa experiencia y para compartirme: decidida a ser un regalo a mi vez para los demás.

Un regalo que, aunque antes se sentía pobre y desvencijado, de repente se siente bello y valioso,

… porque aquel Niño que sabe cuanto soy, he sido y seré, hace –viéndome a través de sus ojos- que me sienta hermosa: que me hermosee, sabiéndome hermosa para Él.

Eso es precisamente lo que sucede ante la Luz de la Navidad…

Todas estas reflexiones venían a mi cabeza mientras le escuchaba a Micaela.

Yo ya se que no podrá desenamorarse de Ti, Chiquito mío, y por eso me alegro mucho de haberle invitado a tu fiesta, de haberos presentado, de que ya seáis amigos los dos…

Y se también que, a partir de ahora, todos los que allí estábamos celebraremos cada año, juntos y contigo, el haberte cooncido:

... tu radiante Epifanía, y tu gozosa Navidad...

Asko maite zaitut (te amo).

Yo me comprometo a estar allí.

 

DE FIESTA CON SS. MM. LOS REYES MAGOS

En oriente -de donde provenían-, el término Mago equivalía a Sabio. Eran pues, tres hombres sabios que habían dejado todo para, guiados por la luz de la Navidad, acudir en busca de la verdadera Sabiduría. Mientras su viaje transcurría, el Niño Dios había nacido, y así fué anunciado por un ángel a algunos pastorcillos, al tiempo que un coro de seres celestiales cantaba la Gloria de Dios y anunciaba su Paz para todos los hombres y mujeres que ama El Señor.

En Belén se encontraron Sus Majestades, pues, con un Niño chiquito. Un Niño que les enamoró.

Comprendieron que Él mismo era la Sabiduría de Dios, y ante Él se postraron y presentaron sus ofrendas: oro como rey, incienso como Dios, y mirra como hombre. Pero ellos fueron los principalmente regalados, puesto que a la vista del Niño Dios, Sus Majestades vieron cumplida la razón de su esperanza.

Así nos dice el Evangelio que fue la Epifanía del Señor, es decir, la primera manifestación sensible de Dios a los hombres. El 6 de Enero, por tanto, aunque celebramos la fiesta de los Reyes Magos, en realidad lo que estamos celebrando es la fiesta de la presentación ante todos nosotros del Hijo de Dios. 

Compartiendo en espíritu aquel momento y en recuerdo de los presentes que los Magos depositaron ante Aquel Niño, los que nos aman y a quienes amamos nos ofrecen y nosotros también les ofrecemos algunos regalos, que no son sino expresión del don de nosotros mismos: de lo que somos y tenemos. Una manifestación de nuestro amor.

Pero puesto que si algo no está limitado por el tiempo y el espacio es el Amor (todos sabemos que amamos cosas presentes, pasadas y por venir), trasladémonos ahora con nuestro amor y con nuestras familias hasta aquella gruta, y compartamos aquella fiesta y aquel don de cadaquién.

Así las cosas, celebraremos nuestro particular Cotillón.

La cita sería en Belén. La Luz, provendría del Niño Dios, y el "subidón" nos lo provocaría el sentirnos enamorados y el sabernos compartiéndonos en el Amor.

Cuando el Niño Jesús vea nuestros intentos, no podrá por menos que sonreírnos, y así nosotros -de Él enamorados como les pasó a los Reyes Magos- volveríamos de nuestra fiesta completamente dispuestos a ser sus apóstoles y a dar razón a quienes nos quisieran escuchar, de la Buena Nueva...

Pero voy a aprovecharme un poquito de la situación.

Puesto que en esta fiesta cada uno estaríamos compartiendo cuanto somos y tenemos con el Niño Dios y entre nosotros, y entre nosotros estarían también los Reyes Magos, tal vez SS. MM. quisieran  hacernos a todos  un regalo muy especial... 

Si así fuera, yo les pediría que nos regalaran un poquito de su Magia, es decir, un poquito de su Sabiduría, para que pudiéramos mirar al Niño con los mismos ojos que le vieron Ellos...

... ¿vosotros creéis que nos lo concederán?...

Así, contando con nuestra disposición, enamorados por el Niño Dios, y con el regalo tan especial que sin duda nos harían SS.MM. los Reyes Magos, realmente podríamos hacer entre todos y de nuestra vida, una Feliz Navidad (que era lo que desde el principio nos proponíamos), ¿no lo creéis así?...

Una vez hecha la convocatoria, y al tiempo que a todos invito, os deseo, pues,

  • Que disfrutéis mucho de esta fiesta,
  • que siempre tengáis mucho amor a vuestro alrededor,
  • que sepamos hacer don de nosotros mismos,
  • ... y que hagamos de nuestro Cotillón -en lo que de nosotros dependa- una manifestación de gozoso Amor...

¡Quiera Dios que asi sea!

ONCE UPON A TIME

Como los dos próximos artículos que tengo previsto publicar serán un poquito serios, dejadme ahora introducir esta pequeña historia, que espero sea ilustrativa de cómo los verdaderos afectos “se nos apegan” en el corazón.

Veréis:

Cuando yo era jovencita, en algunas de las casas de cuantos nos considerábamos amigos, solían celebrarse frecuentes guateques.

No eran reuniones nada sofisticadas. No se necesitaba más que un pick up, apenas unas patatas fritas, y nuestras ganas de conocernos y de compartir nuestra amistad.

Aunque ligar no era lo pretendido, os diré que algunas de las relaciones de amor que entre mis amigos aún perduran surgieron de alguno de ellos; pero ahora voy a referirme a una muy especial:

 ... a una relación rediviva, que como veréis conservo aún con gran afecto en mi corazón...

Por aquel entonces teníamos 14 años.

Él era catalán y nos conocimos en uno de los guateques que tenían lugar en mi casa, y desde aquel día a diario recorría catorce kilómetros en bicicleta para venir a verme, puesto que esa era la distancia que separaba nuestras respectivas localidades de veraneo.

Como os imaginaréis, os estoy hablando de mi primer amor.

Nuestro veraneo duraba en aquel entonces, desde la fiesta de S. Pedro (el 29 de Junio), hasta la de El Pilar (12 de Octubre), y aproximadamente en esas fechas, mi primer amor (con su familia), viajaba de regreso a Barcelona...

Ya no podríamos vernos hasta el verano siguiente, y ésas eran para nosotros por tanto, fechas de gran dolor.

Nuestras familias contemplaban nuestra relación con gran agrado, pues eran muy amigas entre sí, y sin duda verían con simpatía a aquella “chiquita” que, con su Manolo, se despedía muy tímidamente cada año en una esquina de aquel recordado andén.

No se él, pero yo aún conservo sus cartas.

Eran comunicaciones de auténtico amor.

Tampoco nada elaboradas (os podéis imaginar el lenguaje de dos chiquillos de catorce años), pero aún hoy se puede percibir en ellas la presencia del uno en la vida del otro, así como la impaciencia, a lo largo de largos inviernos, por en el próximo verano llegarnos a ver.

En esas circunstancias fuimos “novios” durante cuatro años.

Llegó un momento en el que la vida nos separó. Primero me casé yo, y bastantes años después, lo hizo él.

Pero aún hoy, y cuando ocasionalmente nos vemos o nos hablamos, siempre lo hacemos con el mismo cariño de antaño, puesto que reconocemos en el otro (sean cuales sean nuestras circunstancias actuales) a aquel ser que descubrió en su día y ante los ojos del otro, su capacidad de amar.

Manolo fue por lo tanto, mi primer generador de ideas sobre el Amor: quien primero me llevó a experimentar lo que, aún hoy, es para mí la idea del verdadero Amor,

... una mezcla de mutuo conocimiento, de tendencia mutua, y de alentadora esperanza mutua, en la mutua y permanente común-unión....

Como veis, junto con su recuerdo, yo sigo conservando esa maravillosa idea en mi corazón.

MIL ALBRICIAS

Yo siempre te felicitaré, María.

Seré una de tant@s que por generaciones lo hagamos...

  1.  Por ser una criatura creada especialmente capaz de Dios,
  2.  Porque supiste confiar en sus promesas,
  3.  Porque supiste esperar,
  4.  Porque siendo la única capaz de acoger en tus entrañas a la Palabra, supiste decir “amén”,
  5.  Porque supiste ser agradecida,
  6. Por tu virginidad espiritual,
  7. Porque nos diste a luz a la Luz,
  8. Porque eres nuestra Madre,
  9. Porque siempre nos miras con Amor,
  10. Porque siempre nos sonríes,
  11.   ... ¡Y por guapa!...

Por todas esas razones (que como veis son 11 -"hamaika" en euskera-, un número expresivo de la infinidad),

  • Virgen Inmaculada, Madre del Hijo de Dios, Madre del Amor Hermoso, y Madre de la Iglesia, hoy, como el día en que se proclamó el dogma de tu Inmaculada Concepción, los que te amamos subimos hasta tus plantas para cantarte el “Mil albricias”

UNA PROMISCUA RELACIÓN

Una queridísima amiga mía quien siempre concluye sus misivas con un significativo “un loto para ti”, me decía en una ocasión que la promiscuidad no era sino amor más compasión.

Pues bien. Si por compasión se entiende “padecer” unos y otros “con” los efectos del Amor o ante la presencia del desamor, me temo que no puedo estar más de acuerdo con ella, porque creo sinceramente que una relación de ese tipo es precisamente la que constituye como tal a la Iglesia.

Las idea es que se padece como reacción,

o        y que ese “padecerse con”,

o        tiene lugar por medio de una serie de relaciones

o        que se establecen entre individualidades

o        con la pretensión de vivirse y compartirse en el Amor.

Así, las relaciones que se establecen bajo la acción del Amor y como reacción a Él tienen una razón de bondad y como tal son generadoras.

Nos toca, por tanto, ser promiscuos...

Formar parte de una especie de sistema de vasos comunicantes a través del que,

o        sintiéndonos “afectos” por el Amor

o        y comunicándonos en cuanto que amados unos con otros,

o        como Iglesia lleguemos a compartir entre muchísimos el Amor.

Cuando así sucede, animados por el Amor y ya desde Ella, somos capaces de compartirnos también “nosotros mismos” como individuos con otros “ellos mismos” como individuos con la pretensión de comunicar no ya el Amor, sino nuestro amor.

Pero en esta relación deberíamos ser conscientes de que nuestra capacidad nunca la llena el otro extremo de la misma (sea quien sea) sino Dios, y que, porque esto es así, los vasos de unos y otros van completándose y enriqueciéndose en su respectiva capacidad, siendo que cuanto más se repleten, en mayor medida se enriquece la Iglesia.

Dentro de este entramado, a mí se me antojan válidas únicamente las relaciones que se establecen por Amor y en base a compartir el Amor.

Sin embargo, hay otro tipo de “amores” (los nuestros) que en ellas van incluidos y de los que ahora pretendo un poquito hablar.

Éstos conllevan nuestras experiencias de amor anteriores, nuestros errores dentro de ellas, nuestras expectativas, nuestras tendencias,

 ... y también nuestros aciertos.

De todo ello guardamos memoria, y tomando nota de tod@s ell@s, cada vez nos compartimos más sabiamente y lo hacemos mejor.

Puesto que (como diría otra joven amiga mía) “”aquí (a esta tierra) hemos venido “sólo” a aprender””, vamos a procurar todos entender cada vez más un poquito a ese Amor que porque se nos ha dado gratuitamente se comparte, para que (estando cada vez más capacitados y cada vez más cerca de Él) seamos capaces de participar dignamente de su comunidad.

No tengamos miedo de nuestros errores ni de ser en ese campo muy promiscuos,

  • porque de los errores también se aprende (y personalmente os diré que mucho),
  • y a fin de cuentas todos estamos llamados a compartir el más alto grado del Amor.

Aunque como veis “se me entremeten” los temas en la cabeza, voy a procurar ahora seguir con el tema de la Glosolalia a ver si soy capaz de colgarlo a la mayor brevedad...

Con cariño,

... esta “promiscua” que lo es...