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CHESTERTON Y LA ORTODOXIA (III)

La llave recién encontrada no sólo entraba en el hueco que había descubierto Chesterton para armonizar una actitud adecuada frente al mundo; permitía abrir cerraduras más complejas. Este fue el caso del problema del mal. La Iglesia “ha sostenido desde el primer instante que el  mal no estaba en el ambiente, sino en el hombre mismo”. Siempre cabe el riesgo de actuar mal, porque el origen del mal no está en las circunstancias sino en el interior de la persona. “El cristianismo dice siempre: “”Yo respeto la categoría de ese hombre, aunque lo sé sobornable””. Pero nunca dirá, como dicen los modernos desde el desayuno hasta la cena: “”Hombre de tal categoría no admite soborno””. Porque es parte del dogma cristiano que cualquier hombre de cualquier categoría es sobornable. Es parte del dogma cristiano y, por ventura, también es parte evidente de nuestra historia”.

 

El dogma del pecado original es, para Chesterton, un dato de hecho. Por ello, se trata del “único punto de la teología cristiana realmente susceptible de prueba”. Esta enseñanza del credo cristiano nos dice que el interior del hombre se encuentra dañado. Éste, que había sido creado para disfrutar del don de Dios, lo rechaza. De esta forma, la criatura se inflige una profunda herida interior, que le dificulta no sólo discernir el bien del mal, lo que le hace bueno o le hace malo, sino sobre todo provoca el extravío de la voluntad para elegir el bien. En consecuencia, se hace capaz de elegir conscientemente lo que le hace mal. Lo cual constituye un misterio: ¿cómo es posible que la criatura, que ha sido querida y preparada para disfrutar de tantos regalos como Dios le ha otorgado, rechace explícitamente estos dones?.

 

De ahí que cualquier propuesta de mejora ha de tener en cuenta este peligro: “Si deseamos las reconstrucciones definidas y las peligrosas revoluciones que han caracterizado la civilización europea, conviene atizar la idea de una ruina siempre posible, en vez de procurar apagarla (…) Si lo que deseamos particularmente es hacer andar bien al mundo, insistamos en que anda mal”.

 

Esta afirmación, cuanto menos provocativa para una sensibilidad moderna, sacudió también a este autor. Fue un descubrimiento que le conmovió. Lo recordó al final de su vida en su Autobiografía. Tuvo lugar en el transcurso de una conversación con el Padre O’Connor, que fue quien le inspiró el personaje del Padre Brown. En esa charla el sacerdote le reveló hasta qué punto una persona puede obrar maliciosamente. Había en sus palabras, no obstante, algo misterioso. Las horas de cura de almas le habían proporcionado a este sacerdote de una parroquia rural un hondo conocimiento del mal que puede hallarse en el corazón del hombre. Y, al mismo tiempo, Chesterton descubrió en aquella conversación algo nuevo e impensable. Este es su recuerdo: “El Padreo O’Connor había sondeado aquellos abismos mucho  más que yo. Me sorprendía mi propia sorpresa: que la Iglesia Católica supiera más que yo acerca del bien resultaba fácil de creer, pero que supiera más del mal parecía increíble. El Padre O’Connor conocía los horrores del mundo y no se escandalizaba, pues su pertenencia a la Iglesia Católica le hacía depositario de un gran tesoro: la misericordia”.

 

El cristianismo realiza una propuesta tan audaz como increíble. La fe logra fecundar la vida del hombre a partir del misterio central del Credo: el misterio de la Santísima Trinidad. Al conocer la intimidad de Dios, se le abrieron al hombre perspectivas insospechadas para colmar los más profundos anhelos de amor. “Porque la religión occidental se ha manifestado siempre penetrada de esta idea: “”No conviene al hombre estar solo”” (…) Porque para nosotros los trinitarios, Dios mismo es una sociedad. No niego que esto sea un misterio insondable de la teología. Básteme decir aquí que este triple enigma es tan confortante como el vino y como el fogón de las chimeneas inglesas; que tanto trastorna la inteligencia como consuela el corazón”.

 

La fe no sólo advierte del riesgo que entraña la encrucijada de la libertad, sino que también ayuda a descubrir el sentido de esta capacidad humana: compartir libremente la intimidad divina, a la que el hombre es continuamente llamado por Dios. La llave que había hallado Chesterton, la llave de la fe, permitía abrir la puerta más misteriosa, la de la libertad. Había descubierto algo que sus contemporáneos modernos eran incapaces de ver –y también muchos escritores de hoy día-: “Que la ortodoxia, contra lo que generalmente se dice, no es sólo la salvaguarda del orden y la moralidad, sino también la única garantía posible de la libertad”. Resulta que la libertad, que es el gran ideal moderno, reivindicado y reclamado por todos, el anhelo más profundo de cualquier corazón, se encuentra custodiado por la ortodoxia cristiana.

 

El fruto del viaje: la alegría

 

Gracias a este viaje intelectual, Chesterton ve con ojos nuevos lo que anteriormente le había producido distanciamiento y suscitado desdén: “El círculo externo del cristianismo es una guardia de abnegaciones éticas y sacerdotes profesionales; pero, salvando esta muralla inhumana, encontraréis las danzas de los niños y el vino de los hombres, porque el cristianismo es la única armadura de las libertades paganas. En la filosofía moderna todo sucede al revés: la guardia exterior es encantadora y atractiva, y dentro, la desesperación se retuerce”. Lo que establece tal diferencia entre una actitud y otra es la cuestión del sentido. Chesterton afirma que “la desesperación consiste en figurarse que el universo carece de sentido”.

 

El protagonista de El hombre que fue Jueves estimaba que para apreciar el mundo había que tratar de mirar la realidad de frente. Pues bien, este es el secreto de la filosofía de Chesterton. Sólo viendo el inmenso bien del mundo se es capaz de descubrir el sentido de la realidad e, incluso, de explicar el mal. Pero hace falta una liberación. Ronald Knox comentó en una conferencia algunas semanas después del fallecimiento de nuestro autor: “Para mí, la filosofía de Chesterton, en el sentido más amplio de la palabra, ha sido parte del aire que he respirado, desde esa época en que las ideas de un hombre empiezan a verse liberadas de la educación recibida”.

 

En efecto, hoy día se precisa un nuevo modo de pensar y unas adecuadas categorías intelectuales para ser capaces de descubrir lo bueno del mundo. Pascal afirmó que “el corazón tiene sus razones, que la razón no entiende”. Al hablar del corazón, no se refiere tanto a los sentimientos, como se haría desde una interpretación romántica. El corazón, en la tradición judeocristiana, hace referencia a la persona, a su ámbito más interior, a aquello que es intransferible y personalísimo. Pascal quiere señalar que el corazón tiene su propio lenguaje, que puede resultar difícil de entender para una mentalidad excesivamente racionalista.

 

Chesterton ha sabido argumentar desde el corazón y el sentido común, no solamente con su razón, y así no se ha cerrado a la posibilidad del misterio. Ha partido de la gratitud, algo que difícilmente se percibe con la razón y que en cambio resulta vital para las personas, y ha descubierto que este mundo es un regalo de un Creador. Y como en cualquier acto creativo, el Artista está prendado de su obra, y ofrece el mundo al hombre para su asombro y para que lo  mejore, con su colaboración. Chesterton ha coincidido con el cristianismo en ver que ese regalo pide ser correspondido, y que, misteriosamente, cualquier hombre es capaz de rechazarlo. Pero el cristianismo ha ido más allá y le ha desvelado un tesoro: que a pesar de que el hombre puede desestimar aquello que le hace feliz, Dios continúa ofreciéndose lleno de piedad para restaurar la relación del hombre con Él.

 

La búsqueda de un modo de ver el mundo que una el asombro y el bienestar ha conducido a Chesterton a descubrir el sentido de las cosas. Al transmitir su filosofía y su modo de razonar, ha ayudado a ver la fe con un atractivo más profundo. La fe no sólo da razón del mundo y del hombre, sino que además la fe es fuente de alegría. Ortodoxia termina con esta sorprendente paradoja: “La alegría, que era la pequeña publicidad del pagano, se convierte en el gigantesco secreto del cristiano”

2 comentarios

Dorota -

Eres muy amable, Alfredo...
A mí Chesterton me encanta, aunque Ortodoxia no lo he leído. Digamos que su búsqueda se me antoja similar a la mía y por éso debe de ser. Tal vez escriba próximamente algo sobre ello.
La idea del Pelícano -como dices- es preciosa. Quizá lo más bonito del libro.
Como novela hace un esfuerzo en la contextualización que también es encomiable, pero como ya os he dicho en el artículo correspondiente, a mí me parece que en conjunto no lo ha logrado en absoluto.
¡Pero bueno!...
... éso es lo que me ha parecido a mí, ¡nada más!...
Lo que sí hace este libro es coincidir en el tiempo con un resurgir en la consideración de la figura del diablo en la Iglesia de Roma.
Si queréis podemos intentar meternos un poquito con ello y con lo de las "misas negras". Ya me diréis.
¡Ah, y muchas gracias por lo de la bienvenida!. Voy ahora a ver si termino de escribir un artículo sobre mi viaje.
Hasta entonces, te envío un cordial saludo.

Alfredo -

Y tenía razón el hombre que fué Jueves: para apreciar el mundo hay que mirar la realidad de frente. Toda.
Bueno, os dejo.
No conocía yo a este autor, pero parece muy interesante.
¡Ah!, y te perdono lo del pelícano.
Lo que si me ha gustado es el porqué se llama a sí la novela. La idea del pelícano que se pica el pecho para alimentar a sus crias como imagen de Jesús me parece preciosa.
Un cordial saoludo, y muy bienvenida.