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QUIENES HAN HECHO NACER LA VIDA

 Quienes han hecho nacer la vida, tienen el deber de ayudar a desarrollar la vida según su propia naturaleza. Los padres han recibido del Creador la fecundidad, que es principio de vida, y con él la autoridad, que es principio de orden.  Son ellos los primeros y obligados educadores.  Este derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, original y primario, insustituíble e inalienable.  El elemento más radical que determina este deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno, que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. Este amor de los padres se transforma de fuente de amor, en alma que anima, y en norma que inspira y guía toda la acción educativa. La educación, dentro de su acción evangelizadora y educativa, ha sido siempre una de las grandes preocupaciones y realizaciones de la Iglesia. El fundamento de esa acción educativa de la Iglesia es el que le corresponde como Madre. Es una maternidad que se extiende en primer lugar a sus propios hijos, a los que está obligada a dar una educación que llene su vida del espíritu de Cristo. Quien hace nacer a la vida cristiana por el Bautismo, asume el deber de ayudar a crecer y a desarrollar este don por medio de los sacramentos y de la formación. La Iglesia cuando evangeliza, educa, y al educar, ilumina a la persona en todas sus dimensiones: en su afirmación individual, en su apertura social, en su creatividad cultural e histórica, y en su vocación trascendental. El deber de anunciar a todos los hombres el camino de salvación, se lo dio Jesucristo. Al final de su vida en esta tierra dijo a sus discípulos: “Id, pues, y predicad a todas las naciones... Enseñad a observar todas las cosas que os he mandado. Y Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. A este Magisterio, junto con el mandato de enseñar, le concedió el carisma de la infalibilidad. Con relación a los demás hombres (a los no bautizados), la Iglesia es también maestra por el mandato universal recibido por Cristo. Para este cometido utiliza todos los medios que puedan serle útiles, empezando por los que le son propios. En primer lugar, la formación catequética: el cristiano debe estar en un proceso permanente de educación en la fe, a través de las múltiples formas de la acción pastoral. La educación de los cristianos en este sentido es constante: la Iglesia no deja nunca de educar, de formar, de ayudar a sus hijos. Y lo hace asumiendo los verdaderos valores de cada época y de cada cultura, sin que tal asunción suponga la “reducción a nada de la luz de Cristo”, o la minoración o desfiguración de los contenidos de la fe. En la actualidad encontramos elementos que, bajo una capa del progreso y autonomía, alejan de Dios e implantan nuevas servidumbres y dominaciones del hombre para con el hombre, o hacen al hombre esclavo de sus propias pasiones.  Frente a estos elementos esclavizantes, la fe cristiana ejerce una función crítica, mostrando los riesgos de deshumanización latentes en esas manifestaciones, expresando el sentido de la verdadera liberación, y  transmitiendo y expandiendo la auténtica cultura humana.   El contenido de la enseñanza religiosa responde a cuestiones que el hombre de todo tiempo se plantea: Se centra en la persona, sus problemas, sus expectativas y sus necesidades más profundas, para ayudarle a encontrar y conocer sus raíces, darle razón de su esperanza y fundamentar así sus ideales más nobles. Acerca de esto, el Concilio Vaticano II, a través de su Constitución pastoral Gaudium et Spes (nº 41), nos dice: “El hombre contemporáneo camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia el descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos. Como a la Iglesia se le ha confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, la Iglesia descubre con ello al hombre el sentido de la propia existencia, es decir, la verdad más profunda acerca del ser humano”. La Iglesia pretende traducir lo esencial del mensaje cristiano en las categorías o modos propios de cada cultura. Considera necesaria la síntesis entre la cultura y la fe, bien a sabiendas de que esto no es únicamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe. Porque “una fe que no se convirtiera en cultura sería una fe no aceptada plenamente, no pensada enteramente, no vivida fielmente”.  Si la fe se situase al margen de la cultura, sería una fe infiel a la plenitud de cuanto la palabra de Dios manifiesta y revela. En el mismo documento al que antes aludíamos, (ahora en el nº 42 de la Gaudium et Spes), la Iglesia nos enseña: “La buena noticia de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído; combate y elimina los errores y males que provienen de la seducción del pecado; purifica y eleva la moral de los pueblos; fecunda las cualidades espirituales y tradiciones, la consolida, perfecciona y restaura en Cristo” 

La Declaración Gravíssimum Educationnis

 En el prólogo este texto,  Santo Concilio Ecuménico expone la consideración de “gravísima importancia” que le merece la educación para la vida del hombre, ante el influjo cada vez mayor que la misma tiene para el progreso social de nuestro tiempo. La educación, tanto de los jóvenes como una cierta continuidad en la formación de los adultos, se hace más fácil y a la vez más urgente en las circunstancias actuales. Plantea que los hombres, cada vez más conscientes de su dignidad y de sus obligaciones, desean participar cada vez más activamente en la vida social y política. Los admirables progresos de la técnica y de la investigación científica, y los nuevos medios de comunicación social, ofrecen a los hombres –que gozan de mayor tiempo libre-, la oportunidad de acercarse con facilidad al patrimonio cultural del pensamiento y del espíritu. También de complementarse mutuamente por el trato más estrecho que existe entre las distintas asociaciones y entre los pueblos. Para responder a esta situación, todos los estamentos realizan esfuerzos para promover la educación:·         Se hacen declaraciones y se consignan en documentos públicos como derechos primarios del hombre (sobre todo de los niños y de los padres), los que se refieren a la educación·         Se multiplican por doquier (ante el rápido crecimiento del número de alumnos), y se perfeccionan las escuelas. ·         Se fundan otros centros de educación.·         Se cultivan métodos de educación y de enseñanza, con nuevas experiencias. Se realizan grandes esfuerzos por llevar estos métodos a todos los hombres, aunque todavía muchos niños y jóvenes se vean privados de una instrucción fundamental, y otros muchos carezcan de una educación conveniente en la que se cultive a un tiempo la verdad y la caridad. La Santa Madre Iglesia, consciente de su obligación de atender a la vida entera del hombre, incluso a la vida terrena en cuanto esté relacionada con la vocación celeste, para cumplir el encargo recibido de su divino Fundador, que es el de anunciar a todos los hombres el misterio de la salvación y renovarlo todo en Cristo, asume que también le corresponde una parte en el proceso y expansión de la educación. La Declaración Gravissimum Educationis del Sagrado Concilio Vaticano II, expone algunos principios fundamentales sobre la educación cristiana (sobre todo en las escuelas), que posteriormente deberán ser aplicados por las Conferencias episcopales a las diversas condiciones de los paises. Estos principios aparecen explicitados en los siguientes apartados: ·         Derecho universal a la educación y su noción.·         La educación cristiana·         Los educadores.·         Varios medios para la educación cristiana.·         Importancia de la escuela·         Obligaciones y derechos de los padres.·         La educación moral y religiosa en todas las escuelas·         Las escuelas católicas·         Diversas clases de escuelas católicas·         Facultades y Universidades Católicas·         Facultades de ciencias sagradas, y·         La coordinación escolar. A modo de conclusión, el Concilio exhorta encarecidamente a los mismo jóvenes a que, conscientes del valor de la función educadora, estén dispuestos a abrazarla con ánimo generoso, sobre todo en las regiones en que la educación de la juventud está en peligro por falta de maestros, y A la vez que se muestra agradecido a los diversos colectivos que se dedican a la enseñanza religiosa en cualquier género y grado de escuelas, los exhorta a que perseveren generosamente en su empeño y a que, de ese modo, se esfuercen por sobresalir en llenar a sus alumnos del espíritu de Cristo, en su acierto pedagógico y en el estudio de las ciencias, que no sólo promuevan la renovación interna de la Iglesia, sino que mantengan y acrecienten su beneficiosa presencia en el mundo de hoy, sobre todo en el intelectual. 

Vamos a proceder a continuación a resumir los contenidos de cada uno de los apartados que hemos mencionado, pero no sin antes decir que

·         la fidelidad a la fe y al Magisterio de la Iglesia, entraña para los cristianos el compromiso de la adquisición (al nivel que corresponda) de los conocimientos necesarios para la comprensión de la estructura y contenido de la fe revelada por Dios y transmitida por la Iglesia Católica (contenido que ha sido actualizado recientemente con la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica). 

Consideraciones sobre los principios educativos

 1.        Sobre el derecho universal a la educación y su noción Este primer apartado comienza con una declaración de principios: “Todos los hombres de cualquier raza, condición y edad, por su dignidad de persona, tienen derecho inalienable a una educación que responda al propio fin, al carácter propio y a la diferencia de sexo, que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias y que, al mismo tiempo, esté abierta a la asociación fraterna con los otros pueblos para fomentar la verdadera unidad y la paz en la tierra”. Pasa a continuación, a darnos una noción de lo que debe ser la verdadera educación: “La verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último, y al mismo tiempo, al bien de las sociedades de la que el hombre es miembro, y en cuyas tareas tomará parte tan pronto como llegue a adulto”. Estimula a los educadores para que, teniendo presente el progreso de la ciencia psicológica, pedagógica y didáctica, ·         ayuden a los niños y a los adolescentes a desarrollar armónicamente sus cualidades, tanto físicas como morales e intelectuales, y ·         a que gradualmente adquieran un sentido más completo de la responsabilidad y de la verdadera libertad. A  medida que su edad avance, ·         deberá instruírseles en una positiva y prudente educación sexual, y ·         deberán ser preparados para compartir la vida social de modo que, contando con la debida capacitación puedan insertarse activamente en las diversas agrupaciones de la sociedad, se abran al diálogo con otros y aporten con interés y con gusto su trabajo para llevar adelante la consecución del bien común. Los niños y los adolescentes tienen también derecho a que se les estimule a estimar los valores morales con conciencia recta y a abrazarlos con adhesión personal, así como a conocer y a amar más perfectamente a Dios.  Por tanto, se ruega a todos los que gobiernan los pueblos, o están al frente de la educación, que se cuiden de que la juventud nunca se vea privada de este sagrado derecho. A los hijos de la Iglesia, se les exhorta para que presten su ayuda en el campo educativo, de modo que los beneficios de la educación, y de la enseñanza, puedan extenderse cuanto antes a todos los rincones de la tierra.  2.        La educación cristiana 

Los cristianos todos, puesto que al convertirse en nueva criatura por la regeneración que les viene del agua y del Espíritu Santo se llaman hijos de Dios, y lo son, tienen derecho a la educación cristiana.

 La madurez que esta educación persigue va dirigida a que los bautizados, a medida que se vayan introduciendo gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación, se vayan haciendo cada día más conscientes del don de fe que han recibido.·         que aprendan a adorar a Dios padre con sinceridad de espíritu,·         que se preparen para realizar su propia vida conforme a la justicia y la santidad de la verdad; ·         que traten de realizar en sí el tipo del varón perfecto que es Cristo y ·         que colaboren en el crecimiento del Cuerpo Místico. Que, conscientes de su vocación, ·         se acostumbren a dar testimonio de la esperanza que poseen y ·         a ayudar a que se realice la configuración cristiana del mundo, para contribuir así al bien de la sociedad entera. 

El Concilio recuerda en este apartado a los pastores de almas su gravísima obligación de disponer las cosas de forma que todos los fieles disfruten de esta educación cristiana, sobre todo los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia.

 3.        Los educadores Recuerda en este apartado los deberes y las obligaciones de los distintos participantes en el proceso educativo, así como lo que se espera de ellos. A los padres, por haberles dado vida, les compete gravísimamente la educación de los hijos. Se les  debe reconocer como los primeros y principales educadores. Su papel es difícilmente sustituíble, pues de los padres depende que crezca en la familia ese ambiente de amor y de piedad hacia Dios y hacia los hombres que favorezca la educación integral, personal, y social de los hijos.  La familia es la primera escuela de las virtudes sociales de que todas las sociedades necesitan. Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y con el deber del sacramento del Matrimonio, es necesario que ya desde los primeros años los niños sean enseñados a sentir a Dios y a tratar con El, y a amar al prójimo conforme a la fe que recibieron en el bautismo.  En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Tiene, por tanto, la familia cristiana una importancia decisiva para la vida y el desarrollo del mismo Pueblo de Dios. La tarea de impartir la educación que corresponde primariamente a la familia, necesita de la ayuda de toda la sociedad. Por lo tanto, aparte de los derechos de los padres y de aquellos a los que los padres confían una parte de esta tarea, también a la sociedad civil le tocan ciertas obligaciones y derechos, en cuanto que es propio de ella ordenar las cosas que se necesitan para el bien común temporal. El Estado deberá pues proteger las obligaciones y los derechos de los padres y de los que participan en la educación y prestarles ayuda. Como su papel es subsidiario, debe completar la obra de la educación cuando no basten los esfuerzos de los padres y de otras instituciones (siempre atendiendo a los deseos de los padres), y crear escuelas e institutos propios en tanto en cuanto lo exija el bien común. A la Iglesia le corresponde el oficio de educar, no sólo porque deba ser reconocida como una sociedad humana más, capaz de dar una educación, sino porque tiene la misión de anunciar a todos los hombres el camino de la salvación, de comunicar a los creyentes la vida de Cristo, y de ayudarles con un cuidado constante a que puedan llegar a la plenitud de esa vida. A sus hijos, la Iglesia como Madre que es, está obligada a darles una educación por la que toda su vida quede penetrada del espíritu de Cristo. Pero a la vez, a todos los pueblos ofrece su colaboración para promover la perfección íntegra de la persona humana, el bien de la misma sociedad terrestre y la edificación de un mundo que esté configurado más humanamente. 4.        Varios medios para la educación cristiana 

Al tiempo que se sirve de la instrucción catequética, la Iglesia aprecia en mucho y trata de penetrar de su espíritu y elevar los demás medios que pertenecen al patrimonio común de la humanidad, y que contribuyen a cultivar los espíritus y a formar a los hombres, como son los medios de comunicación social, las agrupaciones culturales y deportivas, las asociaciones juveniles y, sobre todo, las escuelas.

 5.        Importancia de la escuela 

La importancia de la escuela desde el punto de vista educativo radica en que, a la vez que se cultivan las facultades intelectuales, se desarrolla en el alumno la capacidad de juzgar rectamente, se le introduce en el patrimonio cultural conquistado por las generaciones anteriores, se promueve el sentido de los valores, prepara para la vida profesional y fomenta el trato amistoso entre los alumnos de diversa índole y condición, originando así una disposición a comprenderse mutuamente.

 Además, constituye como un centro en cuyas fatigas lo mismo que en sus éxitos, deben participar a una las familias, los maestros, las asociaciones de distinto género que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y la comunidad humana entera. El documento considera hermosa la tarea de quienes, ayudando a los padres en el cumplimiento de su propio oficio y actuando en representación de la comunidad humana, toman la tarea de educar en las escuelas.  Esta vocación exige unas dotes especiales de inteligencia y de espíritu, una preparación diligentísima, y una siempre pronta disponibilidad a la renovación y a la adaptación. 6.        Obligaciones y derechos de los padres Es preciso que los padres gocen de una verdadera libertad a la hora de elegir las escuelas de sus hijos. El poder público que tiene por misión proteger y defender las libertades de los ciudadanos, sin descuidar la justicia distributiva, debe procurar que las ayudas públicas se repartan de manera que a los padres les sea posible elegir, según su propia conciencia y con verdadera libertad, las escuelas para sus hijos. Cualquier intento de manipulación, de imponer cualquier tipo de monopolio sobre las escuelas, se opone a los derechos innatos de la persona y al progreso y divulgación de la misma cultura, a la pacífica comunicación de los ciudadanos, y al pluralismo que hoy rige en nuestras sociedades. Solicita el Concilio la colaboración de los cristianos en aras a encontrar una ordenación de estudios y unos métodos aptos de educación, para que se formen maestros que valgan para educar acertadamente a nuestros jóvenes, y para que, sobre todo por medio de asociaciones de padres, colaboremos en la labor total de las escuelas y, principalmente, en la educación moral que en ellas deba darse. 7.        La educación moral y religiosa en todas las escuelas 

Se plantea en este punto la necesidad de que la Iglesia se haga presente a los muchísimos cristianos que se educan en escuelas no católicas: por el testimonio de la vida de aquellos que les enseñan y dirigen, por la acción apostólica de los condiscípulos, y sobre todo por el ministerio de los sacerdotes y seglares que les enseñan la doctrina de la salvación en forma proporcionada a la edad y a las circunstancias, y les prestan ayuda espiritual con actividades acomodadas a la realidad concreta del momento.

 A los padres se les recuerda en esta circunstancia, el grave deber que les atañe de disponer, y aun de exigir, todo lo necesario para que sus hijos puedan disfrutar de tales ayudas y para que progresen en la formación cristiana armónicamente a igual paso que en la profana.  8.        Las escuelas católicas La escuela católica busca los fines culturales y la formación humana de la juventud. Pero lo característico de ella es crear en la comunidad escolar un ambiente animado por el espíritu evangélico de libertad y de caridad, y ayudar a los adolescentes a que, a la vez que en el desarrollo de su propia persona, crezcan según la nueva criatura que por el bautismo han sido hechos. El conocimiento que gradualmente van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre queda así iluminado por la fe.

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