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Caprichos teológicos

EL REGALO DE UNA MADRE

Idea implícita en el regalo:“Con la navegación adecuada compartiréis mi destino” 

Era una fiesta de la comunidad judía: una comunidad a la que también pertenecían María, su Hijo, los discípulos de Éste, y el relator de lo sucedido, S. Juan.  

Que se tratara de la celebración de unos esponsales nos da idea de la vocación a la continuidad de aquella pequeña comunidad, y que en la celebración de los mismos faltara el vino (un elemento que facilita la comunicación y anima el espíritu de cuantos participan en una reunión) sugiere a nuestro modo de ver, el ocaso de la antigua alianza. 

Fue la carencia del vino y el conocimiento de su virtualidad lo que provocó la actuación de Nuestra Señora, y puesto que toda comunidad se enriquece con las aportaciones de sus miembros, la actuación de Nuestra Señor supuso para la comunidad judía un regalo inclusivo y que manifestaba además explícitamente Su condición. 

Ella sabía que a través de las obras de una persona henchida de Gracia, se manifestaba actuando el poder del Espíritu de Dios, y sabía además que esto era así, porque de la presencia de la Santísima Trinidad en el alma humana se derivaban determinados efectos, tanto para el alma misma, como para las distintas realidades con las que ese ser humano a través de sus actos se relacionara. 

Estas relaciones, que alcanzaban a su trato con Dios y que afectaban desde Él a las distintas realidades con las que ese ser humano se relacionara (entiéndase sus relaciones con otros seres personales y con su entorno) serían el modo previsto por Dios para que Su Alianza con todos los seres humanos fuera una realidad y para que su Amor se compartiera a través de ellos entre todas las criaturas siempre que esos seres humanos empeñaran en ello su voluntad. 

Fue el “fiat” de Ntra. Sra. lo que supuso para Ella esa condición, y ya desde ella, fueron su comprensión solícita y su confianza ilimitada en el cumplimiento de sus promesas lo que motivó la actuación de Dios y lo que le hizo acreedora al título de Omnipotencia Suplicante con el que le adornamos.

Así, por su intercesión y aunque aún no había llegado su hora puesto que el Hijo del Hombre no había sido aún glorificado, a través de las obras del Hombre-Dios Jesucristo y tras su bautismo, lo que para María era una certeza fue manifestado explícitamente ante la comunidad: Dios transformó el agua destinada a las abluciones rituales de los judíos, en el Vino que prefiguraba la Nueva Alianza. 

Pero puesto que el conocimiento de Ntra. Sra. provenía de la vivencia de una evidencia, para que los seres humanos pudiéramos participar de ella y así decidirnos a participar en la Nueva Alianza con convicción, María nos regaló el navegador de su propia fe: una fe que justificara la certeza, que fundamentara la esperanza, y que motivara la actuación del pueblo de Dios de tal modo que todos llegáramos a alcanzar nuestro común destino, que no sería otro que el de llegar a compartir, a manifestar, y a hacer presente mediante nuestros actos, la Gloria de Dios.

Es a ello a lo que estamos llamados.

CASO Nº 10

Si recordáis, en mi participación como co-autora con el capítulo 10 en el texto Fe Vivida (editado por EUNSA), asimilaba al Espíritu Santo con la forma de ser y de actuar de Dios que se nos manifestaba sensiblemente y se nos participaba en una persona física: en Jesús de Nazareth.  

Él será, pues, nuestro protagonista. 

Por otro lado, y si atendemos a la segunda de las acepciones que del término antagonista figuran en el Diccionario de la R.A.E., nosotr@s mism@s podríamos presentarnos como antagonistas, puesto que por antagonista entendemos “el principal personaje que se opone al protagonista en el conflicto esencial de una obra”. 

El caso sería la obra de la santificación: una obra que podríamos situar en contextos distintos (porque distintas serían las épocas), pero que en ningún caso resultarían antagónicos por cuanto que la realidad de Jesús de Nazareth es una realidad metahistórica. 

Quiere esto decir, que el conocimiento que a través Suyo alcanzamos de la Ternura de Dios alcanza e informa de tal modo nuestra conducta en toda época, que es a partir del momento en que le prestamos nuestra adhesión cuando llegamos a comprobar en nosotros mismo que ésta adquiere unas características tales, que nos posibilita para ser vividos y actuar con la fuerza de Dios.  

Es en esto, y no en otra cosa, en lo que consiste la santificación.  Hasta aquí no existe el antagonismo entre nosotr@s y Jesús de Nazareth, puesto que aunque Él es “el Dios con nosotr@s”, tod@s nosotr@s también estamos llamados a ser en la Persona del Hijo “otro Cristo” siempre que permanezcamos unidos a Él compartiendo el Espíritu de Dios.  Es entonces cuando Dios habita en nosotr@s, y es entonces también cuando por encima de nuestros límites, llegamos a reconocer en nosotr@s, actuando mediante nuestras obras, la fuerza de Dios. 

Para que esto fuera así y en la persona del Hijo, Dios asumió nuestra humana naturaleza: Él se nos compartiría primero, para que nosotros, luego de conocerle, pudiéramos decidirnos a compartirnos con Él. 

Aquel que sólo conocía a Dios puesto que procedía de Él, es quien nos lo ha dado a conocer.  Él fue quien nos habló del ser de Dios como de una Trinidad de Personas, y fue también Él quien manifestó de Sí mismo ser el Hijo de Dios hecho hombre por Amor y para amar.  

Es de este modo como llegamos a conocer a Dios como al totalmente Otro, y fue así también como supimos de su Voluntad, una Voluntad que se hizo realidad en Jesús de Nazareth y a través Suyo, porque fueron los efectos de sus obras los que nos dieron a conocer y nos alcanzaron la forma de actuar de Dios. 

Fue porque Jesús de Nazareth era el Hijo de Dios y el Ungido, por lo que Dios se hizo hombre y pudo actuar entre nosotros, y fue el poder observar en Él los efectos del Amor de Dios en los seres humanos una vez que hemos hecho nuestra y actuamos según su Voluntad, lo que nos permitió comprender el destino al que estábamos convocados. 

Este conocimiento pasa de ser puramente teórico a un principio dinamizador de nuestra conducta en el momento en que se produce la aceptación, y es en nuestra opción precisamente donde encontramos la razón del posible antagonismo entre el ser humano y la persona de Jesús de Nazareth. 

La aceptación de la Voluntad de Dios por parte del Hombre-Dios y su actuación consecuente, tuvo como efecto la posibilidad de comunicación de los seres humanos con Dios en la medida en que compartamos su Espíritu. Pero somos nosotr@s quienes libremente tenemos que ejercitar esa opción, una opción de la que se derivarán nuevos efectos tanto para nosotr@s mism@s, como para entre nosotr@s mism@s, y para nuestro entorno. 

De ellos depende el cumplimiento de la Voluntad de Dios en la tierra: la instauración de la Sociedad del Amor. Una Sociedad en la que el conocimiento y el Amor de Dios se compartan, teniendo como origen su Palabra, y como efecto de Su aceptación y de la nuestra a la Voluntad de Dios. 

Pero para eso hemos de convertirnos de antagonistas en co-protagonistas: no podemos “oponernos al protagonista en el conflicto esencial de una obra”, sino aprender de Él y decidirnos a asumir nuestro papel dentro de la obra a semejanza Suya.

Es entonces cuando compartiremos su Unción, y será entonces también cuando haremos realidad mediante nuestros actos la Voluntad de Dios, en la tierra.  

Que así sea.