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FRANCISCO Y CLARA. DOS ENAMORADOS, ¿PERO DE QUIÉN?

Decía en un artículo anterior que concebía (como Julio Verne) que dos personas que mirando con los ojos del Amor reconocieran en sí mismas el Amor, indefectiblemente se enamorarían juntas. Veamos ahora cómo desarrolla el P. Cantalamessa este concepto. Para mí es un bellísimo canto a lo que dos personas, sabiéndose mutuamente complementarias pueden compartir, bien en unión o bien de un modo paralelo. 

El artículo, aparecido en la revista Zenit de ayer, dice así: 

“Se ha hecho cosa corriente hablar de la amistad entre Clara y Francisco en términos de amor humano. En su conocido ensayo sobre Enamoramiento y amor, Francisco Alberoni escribe que «la relación entre Santa Clara y San Francisco tiene todas las características de un enamoramiento transferido (o sublimado) a la divinidad». «Francisco y Clara», de Fabrizio Costa, la serie televisiva emitida en Rai Uno los días 6 y 7 de octubre, mejor tal vez que «Hermano Sol y Hermana Luna» de Zeffirelli, ha sabido evitar esta cesión al romanticismo, sin quitar nada a la belleza también humana de un encuentro así.

Como cualquier hombre, aunque sea santo, Francisco puede haber experimentado la atracción de la mujer y del sexo. Las fuentes refieren que para vencer una tentación de este tipo una vez el santo se arrojó en pleno invierno a la nieve. ¡Pero no se trataba de Clara! Cuando entre un hombre y una mujer hay unión en Dios, si es auténtica, excluye toda atracción de tipo erótico, sin que exista siquiera lucha. Es como refugiarse. Es otro tipo de relación. Entre Clara y Francisco había ciertamente un fortísimo vínculo también humano, pero de tipo paterno y filial, no esponsal. Francisco llamaba a Clara su «plantita», y Clara llamaba a Francisco «nuestro padre».

El entendimiento extraordinariamente profundo entre Francisco y Clara que caracteriza la epopeya franciscana no viene «de la carne y de la sangre». No es, por poner un ejemplo igualmente célebre, como aquél entre Eloisa y Abelardo. Si así hubiera sido, habría dejado tal vez una huella en la literatura, pero no en la historia de la santidad. Con una conocida expresión de Goethe, podríamos llamar a la de Francisco y Clara una «afinidad electiva», a condición de entender «electiva» no sólo en el sentido de personas que se han elegido recíprocamente, sino en el sentido de personas que han realizado la misma elección.

Antoine de Saint-Exupéry escribió que «amarse no quiere decir mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección». Clara y Francisco en verdad no pasaron la vida mirándose el uno al otro, estando bien juntos.

Intercambiaron poquísimas palabras, casi sólo las referidas en las fuentes. Había una estupenda discreción entre ellos, tanta que el santo a veces era amablemente reprochado por sus hermanos por ser demasiado duro con Clara.

Sólo al final de la vida vemos atenuarse este rigor en las relaciones y a Francisco buscar cada vez con mayor frecuencia consuelo y confirmación junto a su «Plantita». Es en San Damián donde se refugia próximo a la muerte, devorado por enfermedades, y está cerca de ella cuando entona el canto de Hermano Sol y Hermana Luna, con aquel elogio de «Hermana Agua», «útil y humilde y preciosa y casta», que parece escrito pensando en Clara.

En lugar de mirarse el uno al otro, Clara y Francisco miraron en la misma dirección. Y se sabe cuál fue para ellos esta «dirección». Clara y Francisco eran como los dos ojos que miran siempre en la misma dirección. Dos ojos no son sólo dos ojos, o sea, un ojo repetido; ninguno de los dos es sólo un ojo de reserva o de recambio. Dos ojos que contemplan el objeto desde ángulos diversos dan profundidad, relevancia al objeto, permiten «envolverlo» con la mirada. Así fue para Clara y Francisco. Contemplaron al mismo Dios, al mismo Señor Jesús, al mismo Crucificado, la misma Eucaristía, pero desde «ángulos», con dones y sensibilidad propios: los masculinos y los femeninos. Juntos percibieron más de lo que habrían podido hacer dos Franciscos o dos Claras.

Si existe una laguna en la serie sobre Francisco y Clara es tal vez la insuficiente relevancia prestada a la oración, y con ella a la dimensión sobrenatural de sus vidas. Una laguna probablemente inevitable cuando la vida de los santos se lleva a la pantalla. La oración es silencio, quietud, soledad, mientras que la palabra «cine» viene del griego kinema, ¡que significa movimiento! La excepción es la película «El gran silencio» sobre la vida de los cartujos, pero no resistiría en la pequeña pantalla.

En el pasado se tendía a presentar la personalidad de Clara demasiado subordinada a la de Francisco, precisamente como la «hermana Luna» que vive del reflejo de la luz del «hermano Sol». El ejemplo en este sentido es el libro publicado el verano pasado sobre «la amistad entre Francisco y Clara» (John M. Sweeney, Light in the Dark Age: the Friendship of Francis and Clare of Assisi, Paraclete Press 2007 ).

Tanto más es de elogiar, en la serie televisiva, la elección de presentar a Francisco y a Clara como dos vidas paralelas, que se entrecruzan y se desarrollan en sincronía, con igual espacio dado a uno y otro. Es la primera vez que ocurre de esta forma. Ello responde a la sensibilidad actual orientada a evidenciar la importancia de la presencia femenina en la historia, pero en nuestro caso corresponde a la realidad y no es algo forzado.

La escena que más me ha impactado al ver el preestreno de «Francisco y Clara» es la inicial, emblemática, una especie de clave de lectura de toda la historia. Francisco camina en un prado, Clara le sigue introduciendo sus pies, casi jugando, en las huellas que deja Francisco, y a su pregunta: «¿Estás siguiendo mis huellas?», responde luminosa: «No, otras mucho más profundas».

 (P. Raniero Cantalamessa)" 

¿No os parece, además, una grandísima reflexión sobre el celibato?

8 comentarios

dorota -

Yo creo que en el caso de Francisco y Clara se trata de dos alumnos ante un único Maestro. Cómplices, además.
Doy por supuesto que eran célibes, pero yo creo que esa relación Maestro/alumnos en pareja también tiene que ser así (aunque en este caso se concreta la posesión del/de la amad@ en una determinada dimensión).

Joaquim -

Me limitaba a efectuar un breve comentario al texto del post y a la relación entre Francisco y Clara que allí se expone, de la que prácticamente no sé nada más que lo que Cantalamessa nos cuenta. Ciertamente, en las relaciones a las que se llega a un grado alto de compenetración e intimidad puede hablarse de enamoramiento, pero incluso así pienso que la complementariedad entre ambos queda en un estadio imperfecto. Es como la relación entre maestro y alumno. Cada uno puede mirar embelesadamente al otro desde su distinta posición, pero si uno y otro no rompen esa barrera académica que impide a los vasos comunicarse libremente no podrán llegar al amor verdadero. Quizás porque sospechen que no les gustaría lo que pueden encontrar detrás de la barrera. Evidentemente, a muchos les puede ir bien quedarse en ese nivel de comunicación, por muchos motivos, pero al final siempre queda la angustia de no haber dado el paso, de haberse quedado en la idealización. Otra cosa muy diferente es la opción por el celibato.

dorota -

Yo creo que, aunque esa experiencia no todo el mundo la tiene, el amor entre dos seres humanos que se saben complementarios (te diría que hasta me da igual el sexo) es posible y creadora.
Creo también que no es necesario que hablemos de una relación paterno-filial, sino de auténtica "filia" entre sí y ante el Amor...

Joaquim -

Es esta una manera complicada de vivir el amor, la de Francisco y Clara. Tanto dolor le debía causar el no poder tratarla como a una verdadera amante que lo hacía duramente. Le puso ese apodo y ella debió aceptarlo. El consuelo, o no, es que ese amor, al parecer, aunque sublimado, era correspondido. Como decía el poeta, corrían sus almas como dos ríos paralelos.

Paz y bien.

dorota -

A la luz de lo que dice el P. Cantalamessa yo diría que "un rollito", no: ¡un "auténtico rollazo"!.

Almu -

Yo siempre he pensado que Teresa de Jesús y Juan de la Cruz tenían un rollito

dorota -

Me parece impresionante tu comentario, Gorka.
Creo que hablas de tu propia vivencia además, porque si no, no comprendo cómo se puede ser tan exacto.
En todo caso, te felicito por tu interpretación: es buenísima, o yo lo creo así.

Gorka -

Me parece maravilloso este comentario sobre el celibato al hablar de la relación de Santa Clar y S.Francisco de Asís.
Integrar la sexualidad en un proyecto de vida célibe significa, sobre todo, ver la concepción positiva de la sexualidad como energía preciosísima creada por Dios y donde habita el Espíritu Santo. Una energía que sale de nosotros mismos y que se vive en relación al otro dando fecundidad a la vida y a cada relación interpersonal. Integrar esta energía en el propio celibato quiere decir aprender a vivir el instinto o impulso sexual según su naturaleza y su finalidad, en este caso, llegar a liberar la presencia del Espíritu que habita en nuestra carne. Hay que recordar que la sexualidad pasa a través del misterio de la muerte y la resurrección.