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LA ESPERANZA EN UNA ENCÍCLICA

Porque el articulo que estoy preparando sobre ella tiene otro enfoque, porque la Spe Salvi me parece una encíclica altamente recomendable, y porque me temo que para cuando yo lo publique y como noticia vaya perdiendo actualidad, no dudo en hacer mío el artículo de D. Gabriel Mª de Otalora, que con su autorización reproduzco, y que dice así: 

“Benedicto XVI acaba de alumbrar una nueva encíclica. A la que puso por nombre Dios es amor, le sigue ahora Salvados en la esperanza, y próximamente nos espera una tercera, al parecer centrada en temas sociales. Breve como la primera, tampoco nos deja indiferentes esta carta pastoral papal en torno a la esperanza. En primer lugar, Ratzinger entiende la esperanza no tanto como un mensaje (cristiano) que informa, sino como una comunicación personal que comporta hechos y nos cambia la vida, al tratarse de un Dios que se revela como amor y como una realidad esperada que atrae al futuro dentro del presente, de modo que el futuro ya no es el puro todavía no. Desde esta posición, Benedicto XVI nos cuestiona: la fe en esperanza cristiana ¿es también para nosotros ahora una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida?. Toda la encíclica está escrita bajo el signo de la Historia, sin eludirla, aportando luz a algunos de los acontecimientos más relevantes de la misma desde el anhelo universal de esperar un sentido a nuestra existencia con la felicidad como máximo referente. Y así va desgranando hechos como el dominio de la Tierra y de la ciencia como un ejercicio de restablecimiento del paraíso perdido en la Tierra, aunque a costa de desplazar la fe a un segundo plano; la fe en el progreso desde el dominio de la razón y la libertad, para en un tiempo posterior cambiar de esperanza a favor de la política. Aquí se detiene en Marx elogiando su capacidad de análisis y en cómo ha descrito la situación de su tiempo acertando en el cómo cambiar la situación pero sin explicar cómo se debería proceder después. Para el Papa, su gran error fue haberse quedado en la fase intermedia con las consecuencias que todos conocemos (Stalin, Mao...) creyendo que el ser humano sólo es fruto de las condiciones económicas (el materialismo como el motor de la Historia). 

Al llegar a la Modernidad, incide en la necesaria autocrítica del cristianismo moderno y deja muy claro que el progreso es mucho más que el mero progreso técnico, cuestionándonos implícitamente si es lo mismo progreso que desarrollo y nuestra postura sobre el crecimiento insostenible con la desesperanza que genera, cuando se pregunta ¿qué significa realmente progreso?. Y recuerda lo que la ciencia es capaz de destruir o crear depende en las manos que caiga. Para Benedicto XVI, la ciencia no redime ni da esperanza de felicidad por sí sola; la vida feliz sólo tiene un sinónimo: el amor. La esperanza entendida como algo “sólo para mí no es una esperanza verdadera porque olvida y descuida a los demás”. A partir de aquí, pone muy claro el acento de la conexión entre el Dios del amor y el prójimo, sobre todo en relación con el inevitable dolor humano. Debemos hacer todo lo posible por evitar el sufrimiento, “el propio y el ajeno, el físico y el psíquico. Son deberes de la justicia y el amor”. Y remacha su reflexión afirmando que tratar de no sufrir prescindiendo de ayudar a los demás, de solidarizarnos con los que sufren, puede disminuir el dolor pero a costa de algo mucho peor: la oscura sensación de falta de sentido y de soledad existencial. Y ante el sufrimiento inevitable, pues aceptarlo y transformarlo en fuente de amor. Y por si quedasen dudas, afirma que “una sociedad que no es capaz de aceptar a los que sufren ni de compadecerse, es una sociedad cruel e inhumana”. Mayor claridad, imposible. Verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad. Como consecuencia de lo anterior, el juicio final es, ante todo y sobre todo, esperanza. Por tanto, nuestra esperanza debe ser siempre y esencialmente una esperanza para otros, nos dice Benedicto XVI. Debemos crear espacios de esperanza a través de gestos concretos de amor, de compromiso, de compasión. 

Lo mejor del texto papal, a mi juicio, es que nos habla sin ambages desde la razón y la fe sobre el papel meridiano que debemos desempeñar hoy y aquí los cristianos para hacer presente al Dios de la esperanza frente al dolor y el mal en el mundo, por encima de teorías e individualismos. Y su estilo, que nos obliga a la reflexión, sin dejarnos que otros, aunque sea el Papa, piense por nosotros y se diluyan nuestras responsabilidades. Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; quizá por ello dedica más espacio para el juicio en clave de esperanza y gracia que para hablar del cielo y el infierno: “En una gran parte de los hombres (...) queda en lo más profundo de su ser una última apertura interior a la verdad, al amor de Dios”. Lo menos bueno de la encíclica después de una primera lectura, es la falta de referencia a la misericordia divina, que va más allá de la compasión, y alguna referencia explícita a que la justicia hay que trabajarla ya en este mundo (reino de Dios, reino de justicia; hágase tu voluntad en la Tierra como en el cielo...) en relación con el pecado de mantener estructuras socioeconómicas injustas, tan de nuestro tiempo. “Nadie se salva solo” nos advierte el Papa. La última consideración del Papa se la lleva María y su ejemplo contra toda esperanza; ella es la mejor luz de esperanza para toda la Humanidad. Termino con una reflexión de Kant que el propio Benedicto XVI destaca en esta encíclica: “Si llegara un día en el que el cristianismo no fuera ya digno de amor, el pensamiento dominante de los hombres debería convertirse en el de un rechazo y una oposición contra él””. 

Realmente buena, ¿no creéis?... 

Lo único que yo le diría al Sr. Otalora, es que la Misericordia divina es compasión precisamente al haberse hecho humana, y que es de suponer que lo que echa en falta en la Spe Salvi de la idea de “trabajar la justicia ya en este mundo” en relación con “el pecado de mantener estructuras socioeconómicas injustas”, parece probable que nos lo encontremos en la tercera de las encíclicas de Benedicto XVI.  

En su interpretación, pienso que el Sr. Otalora no puede ser más objetivo, pero vosotros diréis.

2 comentarios

dorota -

Tienes razón, Gorka: Si el centro de gravedad no está fuera de nosotros, no hay verdadero Amor, un Amor en el que se encuentra la fuente de nuestra alegría y de nuestra libertad.
Muy bueno tu comentario.

Gorka -

"Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros" dice muy bien Otalora en este atículo que todo él es sencillo, claro y profundo.
Si el centro de gravedad no está fuera de nosotros, no hay Amor.
El Amor nos capacitará para poner nuestra vida no en ser servido, servirnos de los demás sino en servir; y en ese cambio del centro de gravedad está la fuente de la alegría , de la libertad.
Nos alimentamos del Amor auténtico que es la fuente de vida verdadera, que se manifiesta en darnos libertad.alegría.