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::: Dorotatxu :::

GALILEO RESUCITADO

Me vais a permitir presentaros hoy un interesante artículo aparecido en el Diario de Ibiza del día 15 y cuyo autor es RAFAEL VARGAS. Me interesa que lo conozcáis, porque en un próximo artículo intentaré argumentar sobre estos mismos temas. Dice así: "Muchos ignoran las vicisitudes de la biografía de Galileo y no saben ponerla en su contexto ni en relación a las personas que intervinieron en ella, pero `Galileo´ evoca de inmediato en la memoria colectiva, más que lo específico del personaje, una imaginería hostil contra la Iglesia católica: intolerancia, fanatismo y oposición al progreso y al pensamiento científico. Con manifiesta intención, uno de los polemistas sobre la exposición de l´Hospitalet titulaba su escrito al Diario de Ibiza «La Resurrección de Galileo». Desde Voltaire, la Ilustración y muchos historiadores del siglo XIX clasificaron a la Edad Media como `Edad de la Fe´, anterior a la `Edad de la Razón´. Esa interpretación de la Historia en secciones manejables, con el salto de una época de creencias a otra de conocimiento tiene muchos admiradores, pero sufrió su cataclismo académico a partir de los estudios históricos de Pierre Duhem. El mal carácter de este francés y la incorrección política de sus ideas le condenó a un casi destierro y a que parte de su obra no se imprimiera hasta 40 años después de muerto, pero logró cimentar el estudio de la ciencia medieval. Contra la teoría que otorga al siglo XVII una revolución científica anti-aristotélica y anticlerical, trasladó los orígenes conceptuales de esa revolución a la Edad Media y a manos de instituciones y hombres de la Iglesia: las universidades, la razón como árbitro de las controversias peculiares en ellas, Buridan, Oresme, Bacon, etc.., que anticiparon los descubrimientos de Galileo y otros científicos. La tendencia entre los historiadores de la ciencia a partir de Duhem subraya el papel crucial de la Iglesia en la génesis y desarrollo de la ciencia. Muchos no se han enterado, y en la mentalidad popular, incluida la de muchos católicos acomplejados, persiste el mito que nos transmitieron historiadores del siglo XIX que en dos páginas denigradoras contaban todo el medioevo.  Que la ciencia naciera y se desarrollara en un medio católico no fue coincidencia: el concepto bíblico de un Dios racional y una creación racional y ordenada, con una regularidad de los fenómenos naturales reflejo del mismo orden divino creador, es la base para suponer a la naturaleza sometida a leyes regulares. En el libro de la Sabiduría 11:21, Dios «ordena todas las cosas por medida, número y peso»: el Dios de los cristianos sostiene la racionalidad del Universo que permite una investigación cuantitativa para entenderlo. Historiadores católicos como Stanley Jaki y marxistas como Joseph Needham reconocen hoy lo imprescindible de esa metafísica como fondo en el parto de la ciencia: un Creador trascendente que dotó a su creación racional y ordenada de leyes físicas consistentes. La idea aparentemente obvia de un Universo racional y ordenado, tan fructífera como indispensable para el progreso de la ciencia, le faltó según Jaki a siete grandes culturas: la griega, babilónica, hindú, maya, árabe, china y egipcia: faltas del elemento filosófico adecuado, contribuciones tecnológicas impresionantes de esas culturas no consiguieron continuidad. El mito de la Iglesia anticientífica quizás esté ahí para quedarse, la historia de la ciencia lo desautoriza.

1 comentario

Jesús M. Landart -

Estimada Dorotatxu:

Acabo de conocer la existencia de este blog por Carlos; y mi primera intencion es felicitarte por él.

Respecto al asunto de etse interesante post, debo manifestar mi perplejidad por las afirmaciones de Stanley Jaki.

Está claro que las afirmaciones que hacemos los humanos están previamente teñidas por nuestra indeología o nuestra creencia, pero esta circunstancia es un fortísimo impedimento para llegar a la verdad. Así, un anticlerical "a la española" no verá sino malas artes en cualquier actuación de la Iglesia Católica, y un fiel se verá impelido a ver bondades donde no las hay.

La ciencia como tal no nació en el medievo cristiano; nació en la costa jónica de la mano de los primeros filósofos que se atrevieron a pensar en una explicación falsable del universo: Tales y compañía, presocráticos ellos. En su búsqueda del ἀρχή "arjé", iniciaron la aventura del descubrimiento de las leyes que rigen el universo más allá de la mitología imperante en la época. Poco importa que ni el agua (Tales) ni el número (Pitágoras) ni el fuego ni el átomo pudieran dar cuenta de la totalidad del universo. Lo que importa aquí es que por vez primera se intenta explicar la naturaleza desde la razón; y eso lo hicieron los griegos, precisamente porque supieron olvidarse de la religión a la hora de entender el mundo. El pensamiento griego fue capaz de medir con gran exactitud la distancia de la tierra al sol (Eratóstenes) y muchos siglos después en la Europa cristiana se seguía pensando que el Génesis daba una versión fidedigna el origen del universo...

El papel de la Iglesia (de cualquier iglesia) ha sido desgraciadamente una rémora para el avance de la ciencia. Esto es muy fácilmente explicable: cada vez que el conocimiento avanza, la creencia se ve resentida. Bien es cierto que los teólogos, sobre todo a partir de San Agustín, intentaron conjugar fe y razón; pero siempre supeditando ésta a aquella. Basta releer la Summa Theologica para comprobar los saltos mortales con doble tirabuzón que el santo tiene que realizar para conjugar ambas visiones del mundo.

No sé cómo se puede mantener la proposición de una Iglesia Católica como garante del desarrollo científico cuando cualquier avance de importancia lo ha sido no gracias a ella, sino a su pesar. Como ejemplo, una frase del Papa Juan Pablo II a Stephen Hawking: " Está bien estudiar el Universo y dónde se originó. Pero no se debería profundizar en el origen en sí mismo, puesto que se trata del momento de la Creación y de la intervención de Dios"

Reitero mi felicitación por el blog y mando a la autora y a sus lectores un cordial saludo.

Jesús M. Landart