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::: Dorotatxu :::

LAS CÁRCELES DEL ALMA

Hay situaciones en las que parece que el pasado aherrojara nuestro ánimo dentro de una indefinible prisión, y de las que sólo se sale tras efectuar una determinada opción que quizá a través de la película de Ruzowitzky podamos analizar.  

Trataremos para ello de introducirnos en su planteamiento, no tanto para hacer sobre él una valoración moral, cuanto que para efectuar en base a él una serie de consideraciones. 

Imaginémonos, pues, en un campo de concentración en el que se nos obligara a ejercer una determinada opción. Una opción de la que se derivaran determinantes efectos tanto para nosotros y para cuantos estuvieran en nuestra misma situación (nuestra propia supervivencia), como para el resultado en uno u otro sentido de un hipotético final de la guerra. 

Las circunstancias serían las mismas para todos los optantes, y por lo tanto las limitaciones de su libertad también. En realidad, fueron las circunstancias las que hicieron que nuestros dos protagonistas sobrevivieran pese a que sus opciones fueron diversas, pero sin considerar ese resultado, se nos propone ahora que imaginemos cuál hubiera sido nuestra opción. 

Habida cuenta de las circunstancias, me temo que no cabría en principio más que una posibilidad: la de intentar sobrevivir.  

Nuestra libertad se vería tan violentada, y nuestra voluntad tan mermada, que a mi modo de ver cualquier conducta sería disculpable, puesto que en esas circunstancias no caben los análisis racionales ni el ejercicio de la libertad.  

Sin embargo, y una vez tomada la opción básica –la de sobrevivir- puede suceder que, aunque los resultados hayan sido los pretendidos, se produzca en nuestro interior una cierta desafección. 

Se llegaría entonces a una situación en la que el sujeto –sabiéndose juez y parte de su comportamiento- “se malquisiera” a sí mismo por no haber llegado a optar por una auténtica y objetiva razón de bien. 

Son los sentimientos los que entrarían en juego en este caso, puesto que es a través de sus emociones como el ser humano llega a intuir “lo bueno” y “lo malo” de su actuación.  

Como sin duda sabréis, las pasiones (los afectos, los sentimientos) son componentes naturales del psiquismo humano que constituyen como si dijéramos un “lugar de paso” que asegurase el vínculo entre la vida sensible y la vida del espíritu.  

El amor (una de ellas) causa el deseo del bien ausente y la esperanza de obtenerlo -lo que culmina en su caso en el placer y el gozo del bien poseído-, mientras que la aprehensión del mal causa el odio, la aversión y el temor ante el mal que puede sobrevenir, lo que culmina –también en su caso- con la tristeza a causa del mal presente o con la ira con la que el ser humano se opone a él. 

No es que nuestros sentimientos más íntimos decidan la moralidad de nuestros actos, pero sí que nos informan sobre ellos.  

Constituyen como un depósito inagotable de las imágenes y de las afecciones de nuestra vida moral, y sucede que, aunque en ocasiones podamos reconocer una opción como la única posible y en ese sentido no considerarla como inmoral -supongamos que el objeto y la intención al tomarla fueron válidas, y las circunstancias ante la misma insalvables y extremas-, hay algo en nuestro interior que la rechaza, y que hace que nos sintamos responsables –en tanto que optantes- de nuestra actuación.   

Esto es así porque la libertad conlleva responsabilidad, y aunque estemos totalmente de acuerdo en que hay circunstancias en la que nuestra libertad podría verse fatalmente violentada, hay una libertad como tendencia –que es la que nuestros sentimientos nos recuerdan- que nadie nos puede quitar. 

Es pues cuando un ser humano se encuentra a solas con su conciencia, cuando puede llegar por encima de todo análisis racional a sentirse reo de sí mismo, y a esa situación es a la que yo aludo cuando os hablo de nuestras hipotéticas -aunque posibles- “cárceles del alma”. 

En el caso de nuestro protagonista, el resultado que pretendía –la supervivencia- estaría garantizado, y sin embargo de algún modo (interpreto) se recriminaba a sí mismo el hecho de haber tenido en ello siquiera una mínima participación. Con su intervención, el objetivo de los torturadores llegó a realizarse, aunque coincidió en el tiempo con el final de la contienda, lo que hizo que las circunstancias cambiaran a su alrededor.  

Llegó entonces el momento de pasar página, y con él el de la propia objetividad.  

Pero -si lo pensamos bien- no es esta una realidad que nos resulte tan distante. 

En ocasiones también nosotros podríamos llegar a encontramos en una de esas especie de “cárceles del alma”, y aunque nuestro íntimo deseo fuera el de evadirnos –el de “pasar página”- comprobamos que esto no es posible, sin haber ejercitado antes una nueva y generadora opción. 

Se trataría de una experiencia del perdón. 

En primer lugar, tendríamos que llegar a concebir esa posibilidad;  pero en ocasiones nuestra conducta nos resulta tan abyecta, tan imperdonable, que sabemos positivamente que en ningún caso llegaríamos a restañar una situación maleada por nuestra culpa, ni a compensar a terceros de los perjuicios causados por nuestra actuación.   

Es por tanto necesario conocernos a nosotros mismos y nuestras posibilidades para llegar a perdonarnos, puesto que el no perdonarnos supone el no aceptarnos, y sólo en la medida en que nos aceptamos a nosotros mismos podremos asimilar una situación y ser capaces de aceptar las situaciones de los demás. 

No se trata de pactar con nuestros errores, sino de ser capaces de reconocerlos y de aprender de una situación: de saber hacer de ella una ocasión para evolucionar.  

Desde esa comprensión únicamente seremos capaces de abandonar nuestras prisiones, con la firme intención –en la medida en que nos sepamos capaces- de regenerarnos y de intentar restañar -en la medida en que de nosotros dependa- los efectos negativos de nuestra actuación. 

Será la aspiración al Bien lo que nos aliente, y la opción por Él la que nos permitirá nuestra evasión.  Nuestros propios y nuevos sentimientos ante nuestros aciertos y/o errores nos informarán, e iremos con todo ello progresando en la adquisición de unos nuevos valores, que serán los que nos den, a nuestros propios ojos, un nuevo valor.  

En fin. 

Yo el camino lo veo claro. 

Realmente no se lo que hubiera hecho en aquellas circunstancias, pero pienso que es posible que de aquella experiencia hubiera aprendido a –de una manera diferente- sobrevivir...  

Eso creo, al menos…  

6 comentarios

Alfredo -

Francamente bueno

gorka 97 -

"Realmente no se lo que hubiera hecho en aquellas circunstancias, pero pienso que es posible que de aquella experiencia hubiera aprendido a –de una manera diferente- sobrevivir... "
No falta no sobra nada, para mi:hubiera aprendido a –de una manera diferente- sobrevivir... "


Martika -

Por cierto,me ha encantado el titulo de este post

Martika -

Totalmente de acuerdo. También me recuerda a una de las peliculas más duras q he visto en mi vida "La decisión de Sophie"

Dorota -

Me alegro de que el artículo te hayan provocado esa percepción, Daniel, pero piensa que el cristianismo nunca puede estar ausente de la realidad...

Daniel -

No hace falta ser cristiano para estar de acuerdo contigo, Dorota.