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LAS VIRTUDES TEOLOGALES EN BENEDICTO XVI (prolegómenos)

Lo primero que vamos a decir para introducirnos en este artículo, es que Dios no es como nosotros. Él es la perfección absoluta y la vida ilimitada, mientras que nosotros somos una composición de perfecciones susceptibles de evolución a lo largo de nuestra más corta o más larga vida. 

Tratando de explicar esta realidad en relación con nosotros, Benedicto XVI ha elaborado las dos primeas de sus encíclicas: Dios es caridad, y Salvados por la esperanza.  

Como sabéis, y en un intento de racionalizar cuanto hasta este momento en mi vida se me ha referenciado sobre Dios, me he permitido asociar al Padre con la forma de ser, al Espíritu Santo con la forma de actuar, y al Hijo con la forma de relacionarse de esa realidad trascendente a la que denominamos Dios. 

De Él decimos que su naturaleza es el Amor, y hasta aquí llegamos, al considerar que puesto que las Tres Personas divinas se comparten entre sí, y puesto que tenemos asimilado que cuantos individuos comparten una misma forma de ser, de actuar y de relacionarse, constituyen una misma naturaleza, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo también, en tanto que se comparten, comparten una única naturaleza (la divina) a la que tradicionalmente denominamos Amor. 

Personalmente me gusta más la idea de referirme al Amor como a la personalidad de Dios. Reconozco que es una idea propia, pero si tenemos en cuenta que cuando hablamos de la cualidad de persona de un ser personal (es decir, de su personalidad) aludimos a las características de su modo de ser, de su modo de actuar y de su forma de manifestarse en relación a nosotros, utilizando el mismo criterio podemos atrevernos a decir que, efectivamente, el Amor puede ser interpretado como la personalidad de Dios. 

Pero vamos ahora a ver por qué decimos que Dios es un “Ser en Acto” (es decir, por que decimos que Dios es “El que es”). 

Para ello tenemos que hablar de la característica específica de la naturaleza divina, que es la infinitud, la ilimitación. 

  • Dios es un ser que es “ilimitadamente” un Espíritu Puro (el Padre);
  • un ser que actúa “ilimitadamente” (el Espíritu Santo),
  • y un ser que está “ilimitadamente” manifestándose en su relación con nosotros (el Hijo).

Es un ser, por tanto, que es, actúa y se relaciona ilimitadamente. 

Así, a este Ser trascendente que es, actúa y se relaciona ilimitadamente y a quien nos referimos cuando hablamos del Amor, yo me refiero también al decir, que

  • por un único acto de Amor del Amor, de cuyos efectos se derivaron el modo de ser, de actuar y de relacionarse de todas las criaturas (la creación), 
    • el Amor se hizo amante al amar (es lo que queremos decir cuando mantenemos que Dios se ama a sí mismo)
    • y constituyó en amante a lo amado. 

Por este acto creaccional, pues, se les confirió a todas las criaturas la esencia y la existencia; una esencia y una existencia en estado incoativo, para que entre ellas y en relación, alcanzaran a través de los efectos de sus actos el grado de perfección para el que fueron creadas dentro de las respectivas naturalezas. 

La perfección de la naturaleza humana incluye la capacidad de trascenderse superando las limitaciones espacio-temporales que impone la materia, puesto que, dotados de una naturaleza dual, por mor del principio espiritual de nuestra naturaleza -nuestra alma-,

  • al tiempo que participamos de la naturaleza material en virtud del otro de nuestros co-principios -nuestro cuerpo-,
  • somos también individuos pertenecientes a la naturaleza espiritual y por lo tanto seres personales. 

Esta capacidad de transcendernos superando las limitaciones espacio-temporales que impone la materia, nos permite comunicarnos con otros seres espirituales y con Dios mismo,

  • pero para comunicarnos con Dios nuestras sola capacidad es insuficiente por cuanto limitada: precisamos que Dios se comunique antes con nosotros, elevando nuestra naturaleza espiritual como efecto de la participación en su Gracia. 

Con la Gracia, pues, se nos comunica “algo” de la naturaleza divina que “eleva” nuestras potencialidades y que nos permite no tanto comunicarnos –para lo que desde el principio éramos capaces- como compartirnos con Dios.  

Compartimos así un poco de su naturaleza divina, lo cual “regenera” o "vivifica" vamos a decir las características de nuestro co-principio espiritual, de modo que nuestro modo de ser, de actuar y de relacionarnos ya de por sí espirituales, pueden llegar a trascender nuestras limitaciones creaturales hasta llegar un punto en el que, mediada nuestra intervención, podamos llegar a compartir nuestro ser (sin dejar de ser criaturas, claro está) con el del mismísimo Dios. 

Pero como el existir antecede al ser, y el ser al actuar según la filosofía clásica, para que ese “re-formateo” de nuestra forma sustancial se produzca, será necesario que se modifique en primer lugar nuestra forma de actuar,

  • que por los efectos inmanentes de nuestros actos alcanzaría a nuestro modo de ser, 
  •  y que por los efectos transeúntes de los mismos afectaría a todos los seres personales con los que nos relacionamos y también a nuestro entorno.

Pues bien. 

Si consideramos la Gracia como una participación en la Vida Divina, 

  • si a la participación en la forma de actuar ilimitada del Amor le llamamos caridad,
  • si como consecuencia de ello y por haberse perfeccionado ilimitadamente nuestra capacidad de comprensión al conocimiento de lo que el Amor es le llamamos fe,
  • y si tal comprensión motiva que coloquemos nuestra esperanza en llegar a alcanzar la comunicación con Él,
    • si todo esto, repito, lo hacemos coherente con nuestros actos,
    • nos encontraremos con que, a base de la repetición de los mismos, llegaremos a alcanzar el grado máximo de perfección para el que hemos sido creados, que no es otro que, como venimos diciendo, alcanzar la participación en el Amor de Dios, un Amor que por lo demás, nos es participado.

Todo esto acontece –o va aconteciendo- a lo largo del tiempo, pero no es el tiempo lo que determina este proceso. 

La comunicación con Dios en el Amor y desde Él con otros seres espirituales, tiene lugar independientemente de la historia, y sólo está mediada por la inter-correspondencia. 

Así, y puesto que los seres humanos somos en sociedad, Benedicto XVI puede hablar de la Comunión de los Santos, o también de la mutua intercesión entre los componentes de la Iglesia Triunfante y Militante. 

Esta comunión con Dios en el Amor, tiene lugar en la persona del Hijo. Él es, como decíamos, la forma de relacionarse de Dios, y también lo es la forma de relacionarnos con Dios en el Amor. 

Cuantos fuimos creados capaces de ello y en la medida en que prestemos nuestra adhesión, participamos en Cristo de su Gracia creada. No somos dioses, pero sí estamos llamados a ser “otros Cristos”: otros seres llamados a manifestar en sí la Gloria de Dios. 

Para todos nos obtuvo Cristo su Gracia. Nosotros debemos prestar nuestra adhesión. Pero en ocasiones, por circunstancias, o por vanidad, todos nos hemos apartado más o menos de Él. 

Nuestro paso por la tierra es nuestra época de merecer. Pero llegará un momento –más o menos próximo- en que nuestros días acaben. A unos habremos antecedido, y otros nos continuarán, pero los méritos adquiridos para nosotros por Nuestro Señor Jesucristo no lo fueron para 6, para 9 o para 900.000 millones de cristianos, sino para toda la humanidad. 

Quiere esto decir, que aún en el caso de las personas fallecidas, y puesto que aún son parte de nosotros y nosotros parte de ellos en una determinada dimensión (la del Amor), sus posibles actos -y sus previsibles consecuencias- de desamor, no prevalecerán, pero sí cobrarán realidad el día del Juicio sus actos de positivo amor, que les habrán llevado a ellos también a ser amantes y como tal dignos participantes del Amor, a los ojos del Amor. 

Aquí es donde juega un importante papel la intercesión de unos con respecto a los otros, confiando siempre en la Misericordia de Dios, y a ello es lo que se refiere el Papa cuando habla del Purgatorio. 

Espero que esto que os cuento os sirva para entender un poquito mejor algunas de las afirmaciones  que han resultado más controvertidas en la segunda de las Encíclicas de Benedicto XVI. 

Si no se entiende bien, podéis preguntar; pero os ruego que únicamente consideréis mi trabajo como una aportación -que aunque espero sea positiva- en todo caso estoy dispuesta a contrastar.

Un saludo  muy especial para Martika y para Joaquim, quienes creo que alguna de estas consideraciones las estarían esperando. 

2 comentarios

Dorota -

Su papel tiene que ser muy difícil, Martika.
Vamos a pedirle a Dios que, fuera de todo otro interés, le permita a Cristo ser el patrón de la barca que en su transcurrir más o menos a bandazos, es la Iglesia.

Martika -

Leo con entusiasmo este blog,aunq estoy un poco guerrera. Sólo puedo decir q el Sr. Benedicto se lo aplique,no veo nada amoroso en ese señor