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::: Dorotatxu :::

CUANTO AÑORAMOS

Dicen que la Navidad es un tiempo de añoranza. Añoramos lo que fué, añoramos lo que podía haber sido y añoramos también lo que creemos llamado a ser, apenas sin darnos cuenta de que lo que subyace en todas nuestras añoranzas, es el deseo de ser felices compartiendo nuestra felicidad.

Este íntimo deseo hace que lo que añoremos (haya o no sucedido) realmente lo amemos en nuestro presente histórico:

  • que lo amemos ya,
  • que lo atesoremos en nuestro corazón,
  • y que velemos para que en la medida en que de nosotros dependa, aquello que añoramos llegue a ser en nuestro presente (aunque sea como un recuerdo) una realidad.

Pues bien.

Aquí es donde coge una cierta dosis de relatividad,

  • porque las cosas ciertamente ni han sido, ni son, ni serán como nosotros ni porque nosotros queramos que sean,
  • sino que han sido, son o serán como están llamadas (a veces con nuestra intervención) a ser.

En ello está implicada una cierta dosis de indeterminación, y también lo están las decisiones de nuestra voluntad.

Pero sucedan como sucedan, o hayan sucedido como hayan sucedido las cosas, todos podemos comprobar que nuestro deseo de felicidad subsiste, pese a lo acontecido, y pese a la indeterminación de lo llamado a acontecer,

  • porque lo que realmente amamos y tutelamos, no es otra cosa que aquello que concebimos como el modo de ser felices, llegando a compartir con otros nuestros momentos de felicidad.

Así, echamos de menos momentos especiales en los que ya nos hemos compartido, o intuimos momentos especiales en los que podríamos llegar a compartirnos sintiéndonos enormemente dichosos, sin darnos cuenta de que,

  • aunque somos puntualmente felices,
  • la felicidad no tiene propiamente una dimensión de temporalidad.

Nos sucede además, que en llegar a alcanzar estos momentos de felicidad ciframos nuestra esperanza, sin pararnos a considerar que algunos de esos momentos que añoramos ni siquiera son realistas, y que otros, ni siquiera lo son convenientes para nuestra propia realidad; pero, en todo caso ciframos en ellos nuestra esperanza,

  • porque precisamente en disfrutarlos es donde identificamos se encuentra nuestra auténtica felicidad.

Así, algunas de nuestros momentos añorados son convenientes y realistas, y otros sin embargo no.

Podría pensarse que puesto que todos subsisten en el mismo sujeto, se tratara de un fenómeno subjetivo, pero no es así:

  • hay un ámbito y un rango en esto de las añoranzas.

Todos tenemos la experiencia de que, aunque algunos de esos momentos añorados pudieran llegar a ser realidades o ya lo hubieran sido en nuestras vidas (bienestar, familia, salud, éxito...), aún y cuando hubiera podido ser excelentes,

  • inexorablemente nos desilusionan por cuanto perecederos,
  • si no los tenemos ordenados en base a algo más profundo que los de cohesión y que eleve nuestras expectativas a una nueva dimensión.

Esa dimensión no es otra cosa que la esperanza cristiana, y es en su ámbito donde nuestras expectativas cobran una dimensión de intemporalidad que nos permite a su vez juzgar sobre ellas y otorgarles a cada una el rango que les corresponde en aras a alcanzar nuestra auténtica felicidad, aún dentro ya de nuestro presente histórico.

El P. Cantalamessa se refiere a cuanto os digo con esta luminosa imagen.

“Miremos lo que sucede con la tela de araña; es una obra de arte, perfecta en su simetría, elasticidad, funcionalidad, tensa desde todos los puntos por hilos que tiran de ella horizontalmente. Se sujeta en el centro por un hilo desde arriba, el hilo que la araña ha tejido descendiendo. Si uno desprende uno de los filamentos laterales, la araña sale, lo repara rápidamente y vuelve a su sitio. Pero si se rompe ese hilo de lo alto, todo se distiende. La araña sabe que no hay nada que hacer y se aleja.

La Esperanza teologal es el hilo de lo alto en nuestra vida, lo que sustenta toda la trama de nuestras esperanzas”.

Los que esperamos, por tanto, -como dice en su último discurso de Adviento, el P. Cantalamessa refiriéndose a quienes esperan-

  • “No es gente que espera ser feliz, sino gente que es feliz de esperar; feliz ya, ahora,  por el simple hecho de esperar”

Precisamente a esta esperanza unitiva y permanente, sustentada por la fe y motivadora de nuestra caridad de la que nos habla Benedicto XVI, que nos aviene a través de la Gracia del Niño Dios que nació en Belén y que nos es tan necesaria para llegar a ser en plenitud y por lo tanto felices, es también a la que hoy os conmino y la que pretendo compartir con todos vosotros, a fin de que podamos celebrar dignamente, haciéndola presente a lo largo de nuestras vidas, esta gozosa Navidad.

Con infinito cariño... 

1 comentario

Martika -

Sin querer hacerme la resabidilla,creo q Aristoteles estaria muy de acuerdo con ud!