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DE CÓMO NUESTRA INTELIGENCIA ESTÁ INCLINADA A LA VERDAD

Nuestro modo de conocer se basa en que la inteligencia humana está inclinada a la verdad,

... pero los modos de captar la ley moral natural no son el raciocinio y la argumentación, sino el conocimiento por evidencia, y no por un proceso deductivo al modo de como la razón especulativa descubre las verdades. 

Así se alcanza el ser de las cosas, pero no el deber ser, la norma.

 El deber ser es alcanzado por la razón práctica como un específico modo cognoscitivo y argumentativo, que alcanza de modo inmediato y evidente las normas morales naturales fundamentales, argumentando las demás desde ellas. 

La persona humana, siempre que quiere y busca la verdad, capta como evidentes unas primeras verdades sobre el bien y el ser que llamamos primeros principios, y que son evidentes por sí mismos.

 

Todo razonamiento se apoya en esta primera captación intuitiva de la verdad en sus principios, sin la cual sería imposible razonar. Así, en el orden especulativo capta el principio de no contradicción, o de que el todo es mayor que las partes.

 

En el orden práctico, hay un primer principio que dice “hay que hacer el bien y evitar el mal”.

 

Bajo la luz de este conocimiento evidente, y aplicándolo a los diversos bienes que integran la perfección humana, la razón descubre los varios y diversísimos preceptos particulares de la ley moral.

 

La determinación de los bienes humanos o bienes que integran la perfección del hombre, y de sus exigencias concretas, se obtiene a partir de la experiencia y la reflexión (no sólo personales, sino acumuladas en la historia y que recibimos por educación, etc.)

 

Este descubrimiento no es una labor meramente intelectual, sino de toda la persona, porque la experiencia en la que se funda es la experiencia ética, inseparable del ejercicio de las virtudes.

 

La ley natural es accesible a la razón humana, y aunque se pueda hablar de normas generales, la razón humana las descubre como exigencias concretas de la naturaleza humana.

 

Pero los primeros principios morales no son unas ideas vagas y genéricas, sino una luz por la que reconocemos en el acto, si algo nos acerca o aleja de Dios, si es bueno o malo.

 

Esta captación es común a todos los hombres, porque se basa en el hecho de que todos tenemos una naturaleza común con unas exigencias fundamentales que son también comunes.

 Pertenece a la dignidad propia de la vida racional y libre, que los bienes se conozcan no sólo en cuanto apetecibles, sino en su verdad y en su moralidad. El conocimiento de la moralidad no es una extraña actividad sobreañadida al ejercicio de la libertad, sino algo que integra el modo de conocer propio de la criatura inteligente y libre. 

1.      Mientras el conocimiento meramente sensible de los animales sigue un movimiento instintivo –automático, como mecánico- del apetito sensible,

2.      el conocimiento intelectual propio del hombre sigue un movimiento libre de la voluntad.

 

El hombre conoce los bienes en lo que valen y en su relación con el fin. No se mueve necesariamente por los bienes que le solicitan, sino que libremente se dirige hacia ellos.

 

En esto se muestra la perfección y la dignidad de la vida intelectual o racional,

o       porque mientras los demás vivientes se mueven a sí mismos imperfectamente, como llevados por el instinto,

o       el hombre en cambio es dueño de sus actos y se mueve libremente porque así lo quiere.

 Pero no todo lo que el hombre se siente inclinado a hacer puede considerarse natural, sino sólo lo que su inteligencia –mediante el juicio de la conciencia-, percibe como adecuado a su último fin, y a los demás fines subordinados al último. 

La composición de alma y cuerpo, con el desorden causado por el pecado original, explica que sintamos inclinaciones que contrarían a la razón, pero tales inclinaciones,

  • no sólo no pertenecen a la ley natural,
  • sino que seguirlas contraría a la inteligencia y nos reduce a la vida animal.
 Considerar natural al hombre todo lo que le apetece es degradante: es situar su felicidad en el deleite sensible, común a los hombres y a las bestias. 

Entre las formulaciones del primer principio ético, está la del doble precepto de la caridad. “El amor de Dios y del prójimo –dice Sto. Tomás-, constituyen los dos primeros y más comunes preceptos de la ley natural”

 

Todos los preceptos del Decálogo remiten a estos dos, al modo que las conclusiones remiten a los principios comunes. En realidad, el propio “se debe hacer el bien y evitar el mal”, más que un precepto específico del obrar moral, lo es de toda la razón práctica. Explicita el constitutivo metafísico de todo obrar creado, en cuanto inclinado al bien, en su aplicación a la criatura racional.

 

Como consecuencia de ese principio de “hacer el bien y evitar el mal” se descubrirá el respeto a los bienes humanos personales básicos, el amor al prójimo, el amor a Dios, y otras muchas obligaciones propias de la ley natural.

 

Su ignorancia equivaldría a desconocer el bien humano, y a la persona como criterio ético.

 Pero afirmar que los primeros principios son “per se nota”, no indica su evidencia inmediata (como si el conocimiento de Dios y por tanto de que su amor es el último fin de nuestra vida fuera nuestra primera evidencia), sino el carácter originario y evidente de tal verdad. No hay ninguna verdad moral que fundamente a ésta, y, una vez captada, asegura todas las demás. 

Dios no es inmediatamente asequible a la razón; y por tanto, el conocimiento y formulación que la razón puede hacer de la ley natural, no puede incluir expresamente a Dios en el sentido de hacerlo el objeto directo de los primeros principios.

 

A esto se llega tras un complejo proceso en el que intervienen revelación, experiencia, formación recibida, procesos racionales, etc...

 

Lo que parece cierto es que la razón, en su progresiva maduración, ayudada conjuntamente con la revelación y la gracia, permite conocer con mucha profundidad y en plenitud la naturaleza humana y la ley natural, haciendo posible que los enunciados éticos normativos se puedan expresar en términos de amor a Dios y a los demás, porque se comprenden fundados en Dios, dando lugar a la síntesis que supone el Decálogo.

 En conclusión: no parece que la razón alcance en su proceso cognoscitivo como primer principio moral natural amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo, aunque luego de hecho lo pueda identificar como tal. 

Bajo la luz de los primeros principios, y por la experiencia ética y la reflexión sobre los varios bienes humanos, se alcanzan los preceptos o principios secundarios, llamados también conclusiones inmediatas a las que se accede por fáciles razonamientos.

 

Cuando para alcanzar la norma o exigencia de un bien humano, se requiere una reflexión más compleja y difícil, se habla de conclusiones mediatas de la ley natural.

 La ley, con sus preceptos, presupone y promueve las virtudes. No solo gracias a las virtudes se consigue cumplir siempre el mandato del amor, sino que sólo mediante ellas se llega a conocer bien sus exigencias. Los preceptos positivos y negativos de la ley natural: 

La persona se realiza en el don de sí, en que consiste el amor y la verdadera libertad: el ser humano tiene tanta libertad cuanta más caridad.

 

El primer paso del camino del amor es no hacer nada que dañe al prójimo: amar a una persona es querer su bien, y no es posible querer el bien de alguien si se busca su daño.

 

Los preceptos positivos mandan las obras del amor. Los negativos, prohíben las normas a él contrarias.

 
  • Los primeros expresan la dinámica sin límite que le es propia.
  • Los segundos, las condiciones mínimas para su desarrollo.
 

Los preceptos positivos nos dicen las obras y disposiciones que agradan a Dios y con las cuales podemos amar al prójimo. Son universales y permanentes. Sin embargo, obligan según las circunstancias y condiciones de cada persona. No se pueden encerrar exhaustivamente en ninguna fórmula.

 

En cambio los preceptos negativos aclaran lo que nunca cabe realizar para amar a Dios y al prójimo.

 

Son la condición básica del amor y, al mismo tiempo, su verificación; expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger los bienes de la persona, y a diferencia de los positivos, pueden ser formulados en términos concretos que obligan a todos y a cada uno siempre y en toda circunstancia.

 

Espero que esta reflexión aporte alguna luz a todos vosotros, pues no ha sido otra mi pretensión. A veces necesito hacer ejercicios de este tipo, para seguir ahondando en algunas cuestiones. Espero que os sirvan para algo.

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