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RETÓRICAMENTE

En la Trinidad, Causa Primera y Fin Ultimo de todo lo creado, coexisten tres Hipóstasis que gozan de una única naturaleza: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Asimilamos a Dios Padre con la Creación, a Dios Hijo con la Redención, y a Dios Espíritu Santo con la Santificación. 

“Lo propio” de la Trinidad, de “su actuación” (por lo que actúa) y su “actualización” (por lo que actualiza), es el Amor:  Dios Padre causa por Amor. Por, con y en el Dios Hijo “nos incorporamos” al Amor, y lo hacemos a través del Espíritu Santo, que es el Vínculo del Amor.  

Dios Padre causa por Amor: Sabiduría, Poder, Voluntad divina  

Por un acto de Amor Benevolente, y valiéndose de Su capacidad causal, Dios confiere esencia y existencia a lo que concibe con su Sabiduría. 

La relación entre las capacidades de Conocer y fijarse un objetivo, Actuar o actuarse, y Querer como efecto de la voluntad se repite en todo el juego causal cuando el que causa es una persona. 

Cuando quien causa es el hombre, lo que su naturaleza reclama es que mediante el conocimiento de la Verdad, y en la medida en que sea capaz de actuar y de actuarse, opte libremente por el Amor. 

El Amor es la Causa Final de todo lo creado y se participa de El con una participación analógica de semejanza. 

El amor de benevolencia se identifica con el bien: El bien es lo conveniente para cada cosa puesto que la lleva a su plenitud. Es el “telos” del agente causal. Su incentivo para actuar o para actuarse, su fin y acabamiento es el Amor. 

Dios es El Amor 

Un agente cuando causa, tiene que “poder causar”.  Tiene que estar en posesión en una mayor medida, de aquello que “quiere” participar, y tiene que “tener en acto”, o “poner en acto” para actuar lo necesario del potencial operativo del que es capaz según su naturaleza. 

Un agente causal es más acto (causa más), cuanto más acto sea: cuanta mayor capacidad y grado de auto-realización, de actualización de su esencia, tenga.  

La evolución en esa capacidad y en ese actualizarse de los seres creados, es la justificación  de su dinamismo, y marca el grado de participación en el ser de El Que Es. 

Dios, por ser Acto Puro de Ser, tiene un poder causal ilimitado:

Por un mismo acto de Amor crea cada una de las naturalezas, y, de acuerdo con esas naturalezas, hace partícipe a todo lo creado, mediante los respectivos actos de ser, de su mismo Ser Subsistente.  

Dicho de otro modo: por medio del respectivo acto creacional, Dios “actualiza”, o “actualiza y capacita para autorrealizarse y a su vez actuar”, a todas sus criaturas. 

Hemos dicho que el efecto de la acción creadora de Dios era el acto de ser de sus criaturas, y que por un único acto de ser, se confiere a las criaturas la esencia y la existencia.  

La esencia “vive” en función del acto de ser, y es principio limitador de la existencia 

La existencia se posee por participación en el Acto Puro de Ser: Una participación analógica (en función de una gradación en las perfecciones) de semejanza (el Ser se comparte de manera en parte igual y en parte diversa)

Con dicha participación no se agota el Ser, puesto que lo que se participa es el Mismo Ser Subsistente. 

Todos los seres creados tienen esencia: en unos casos es simple (no sujeta a materia, como en el caso de los seres angélicos), y en otros, compuesta de materia y forma. 

Los seres materiales tienen una limitación espacio-temporal derivada de la necesidad de determinar la materia. Los seres espirituales, en cambio, se mueven en una dimensión intencional, es decir, exenta de toda limitación que impone la materia. 

En el ámbito de lo creado, la mayor o menor participación en el Ser, supone una gradación en la posesión de las perfecciones que se participan: los seres inferiores participan de las perfecciones de los superiores, quienes las poseen en mayor grado  (p.e. los ángeles poseen la inteligencia por esencia, mientras que el hombre la posee por participación) 

En el ámbito de la Gracia, la mayor o menor gradación en el ser supone poseer una mayor o menor participación en la intimidad de la Trinidad Beatísima: en el Amor. 

La característica de todos los seres vivos, es que tienden a la autorrealización, a la consecución de los fines previstos para sus especies, a su crecimiento, a alcanzar su disposición orgánica final. 

Hasta ahora hemos hablado de seres materiales o de seres espirituales.

Con la creación del hombre, Dios introduce una auténtica “novedad”: Lo constituye como Persona: al cuerpo humano le infiere un alma espiritual como forma sustancial y, con ello, le confiere una especial participación en el Acto de Ser, en El Alma: la espiritualidad. 

El término persona, que únicamente lo aplicamos a las Tres Hipóstasis Divinas, a las criaturas angélicas y al hombre nos habla de su común naturaleza espiritual. 

Podemos decir que el hombre es un cuerpo espiritualizado: coexisten en él ambas naturalezas. El resultado es un ser racional (capaz de conocer) y libre (capaz de querer) las Verdades contenidas en el Infinito. 

De ese Infinito, que es a su vez Inteligencia y Voluntad, participa intencional, semejante y analógicamente. 

Esta criatura (el hombre), además de compartir ciertos grados de vida con otras especies inferiores (con los animales y con las plantas), participa también de la vida propia del espíritu, la intelectual. 

Cuando hablamos de animales y de plantas, estamos hablando de especies cuyos individuos cumplen con objetivos, reaccionan ante los estímulos y ejercitan funciones conforme al modo previsto para cada una de sus especies. 

La participación en la vida intelectual supone que los individuos participantes, amén de gozar de las perfecciones propias de los grupos anteriores de un modo superior, son capaces de fijarse objetivos individuales, y de elegir los medios y los modos que consideren más adecuados para conseguirlos.  

El hombre, como cualquier ser vivo, evoluciona a través del tiempo hacia la plena perfección de su especie: evoluciona en el cuerpo y evoluciona en el espíritu.  

El cuerpo tiene la limitación espacio-temporal de la que ya hemos hablado, por ser el componente material del ser humano. Su grado de perfección es limitado, pero la posesión de un alma espiritual hace al hombre responsable de su propia evolución: de su actuación libérrima depende que llegue a una mayor o menor actualización de su propio ser y, con ello, a alcanzar una mayor o menor participación intencional en la Vida Mística. 

Hemos dicho que el hombre es un ser racional (capaz de conocer) y libre (capaz de querer) las verdades contenidas en el Infinito. 

La alta participación en el Alma (en la Forma común) del alma humana que le confiere la espiritualidad, le permite a esta incorporar intencionalmente nuevas formas: le capacita para “conocer”, “ser”, “adquirir” y “evolucionar” intencionalmente.  

De esta forma el hombre puede incrementar su participación intencional en el Mundo de las Formas,  y con ello hacerse más persona y, por tanto, participar más íntimamente del Amor.

Hemos comenzado esta parte trabajo diciendo que “Por un acto de Amor Benevolente, y valiéndose de Su capacidad causal, Dios confería esencia y existencia a aquello que concebía con su Sabiduría” . También hemos tratado de analizar en base a qué la combinación “conocimiento, capacidad causal y voluntad” se repetía en la actuación de todo agente. 

Me queda únicamente por decir que por el acto de ser, por ser un Acto de Amor, Dios está real y constitutivamente presente, con una presencia íntima y esencial, en el interior de cada criatura.  

Por, con y en el Dios Hijo “nos incorporamos” al Amor: El Cuerpo Místico 

Vamos a tratar de analizar ahora cómo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad es la esencia del Amor, y cómo la Iglesia, los cristianos “en acto”, constituimos el Cuerpo Místico de esa misma Esencia, en esa situación espacial y temporal en que nos encontramos. 

La forma de esta Entidad (la Iglesia), sería el Espíritu Santo

Con el término esencia se indica el principio  en el que se recibe el ser de un ente y según el cual se contrae el ente a una forma determinadaEn palabras de Sto. Tomás, “La esencia se dice en cuanto que en ella y por ella la cosa tiene el ser”.  

El conocer algo exige tener presente la cosa conocida, salvo para Dios, que conoce por esencia.  En los demás casos, el conocimiento se realiza por información: la cosa conocida se hace presente por medio de la especie o de la idea. 

La “especie” divina sería El Que Es, Dios, el Acto Puro de Ser, que se nos da a conocer mediante la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. 

Cristo, con su encarnación, adopta una doble naturaleza, la humana y la divina.

El Ser Divino es recibido en naturaleza humana. Con ello, se hace semejante a nosotros: la materia es como la nuestra (toma cuerpo humano), pero el espíritu, la Forma, es el Espíritu de Dios. Es por tanto el Espíritu “contenido”, la Esencia del Amor. 

En el momento en que se separa Su cuerpo de Su Espíritu, el Espíritu Divino sigue viviendo, “infundiendo” vida a los cristianos (a los “otros” Cristos) quienes, como “piedras vivas” constituyen nuevamente su continente en el mundo. 

Esa es la entidad de la Iglesia:

Los cristianos en comunión de Espíritu con Cristo, animados por el Espíritu Santo, y en contínuo crecimiento espiritual alimentado por sus obras. Y lo hacemos a través del Espíritu Santo, que es el Vínculo del Amor:  

Decíamos en otra parte del trabajo que cuando hablamos de formas, hablamos de una dimensión espiritual (la intencional), y que el alma humana, por la espiritualidad, participa altamente en el Alma Divina.  Esta alta participación le permite al hombre a través de su alma, incorporar a sí  intencionalmente nuevas formas (reales o virtuales). Le capacita para “ser”, “conocer”, “incrementarse”, etc. intencionalmente. 

También decíamos que en el ámbito de la Gracia, una mayor gradación en el ser suponía una mayor participación en el Amor y en la intimidad de la Trinidad Beatísima. 

Pues bien, esto se consigue estando inmersos en el Espíritu del Amor, participando de la Vida Mística, a la que nos incorporamos a través del Sacramento del Bautismo.

Hace falta, como dirían los ingleses, “to be fallen in love” (aunque mi inglés no es perfecto, confío estar diciendo “estar caídos en el amor”). 

Por el Espíritu de Amor los hombres somos “intencionalmente hermanos”, y “coherederos de la Gracia”. 

Esa situación puede perderse, puede dejarse de  estar inmersos en ese Espíritu de Amor, pero la situación se restituye por medio de los Sacramentos, en los que, por la epíclesis, el Espíritu de Dios se instaura nuevamente en nuestras almas. 

Por esa común unión intencional con otras formas, incorporamos a nuestra alma a “lo amado”, y circula en todo ello el  Espíritu del Amor.

Eso es la Oración:

nuestra voluntad de hacer extensivo intencionalmente a través del nuestro, el espíritu de Dios.  

Solamente quiero añadir, que el Espíritu Santo no es cualquier espíritu: Es un espíritu perfeccionador, generador de Vida. El vehículo y la Forma del Amor de Dios. 

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