Blogia
::: Dorotatxu :::

LA TEOLOGÍA DE LOS COLORES

La Teología de los colores es el nombre de la tesina que tuve el gusto de defender cara a la obtención de mi licenciatura en Ciencias Religiosas (que por cierto obtuvo la calificación de sobresaliente)

En ella figura la base bíblica y epistemológica que fundamenta mi posterior discurrir y en base a la cual me he permitido razonar sobre el ser de Dios, la naturaleza del Amor, el concepto de la Gracia, y hasta pretender explicar de un modo totalmente asequible la Santísima Trinidad a los niños a través de un texto lleno de imágenes y contenido teológico.

 

Figuran a continuación los argumentos que utilicé de cara a su defensa, y que son los siguientes:

 

 Comenzaremos diciendo que Dios es “el que es”, el Ipsum Esse Subsistent. Pero todo lo que es, es algo; es de una determinada manera, y como tal se manifiesta. Podemos referirnos así a “lo que” Dios es, y decir de Él que es Espíritu Puro. Podemos referirnos también a su modo de ser y de actuar, y decir de Él que es ilimitado...... Y podemos, por último, referirnos a las obras con las que se manifiesta, y decir de Él que es Padre. Y es Padre, porque es en la realidad de las perfecciones de Aquel que comparte con Él su mismo modo de ser y de actuar ilimitados, en quien también cobran realidad el ser y la vida de todas sus criaturas.  Pero, aunque podemos referirnos por separado a estas tres características de su ser personal, hemos de decir que, lo que Dios ante todo y sobre todo es, es Amor.   Como ya avanzábamos en la tesina, mantenemos que el Amor es la personalidad de Dios.  Concebirlo de este modo, nos lleva a interpretar que cuando nos referimos al ser, al poder, o a las obras del Amor, estamos refiriéndonos al mismo tiempo al ser, al modo de ser y de actuar, o a las propias obras del mismo Dios. Trinidad Subsístente que, en un único acto de genuino Amor cuyos efectos se proyectaron fuera de Ella misma, confirió al total de la creación la esencia y la existencia. Una esencia y una existencia convenientes a cada una de las naturalezas, para que las criaturas a ellas pertenecientes, compartiéndonos, fuéramos, y en la medida en la que fuéramos, participáramos también de la vida.  Siguiendo con los términos utilizados en la tesina, diremos que la Luz increada del Amor se nos participó en un solo acto a todas las criaturas, confiriéndonos al hacerlo, nuestra propia capacidad y nuestro propio modo de contener y de participar en Ella. Por este hecho, al tiempo que se manifestaba en nosotros y ante nosotros la omnipotencia de Dios, se nos hacía partícipes también de la Vida de esa Luz, es decir, de la Luz de la Vida.   Pero vamos a profundizar ahora un poquito más en ese concepto de Luz increada, para continuar explicándonos después cómo esa Luz increada se nos participa a todas las criaturas, en la medida en que las criaturas actuemos nuestra capacidad de contenerla y compartirla. Para ello, comenzaremos preguntándonos qué es lo que entendemos nosotros cuando hablamos de la Santísima Trinidad...  La Santísima Trinidad Cuando hablamos de la Santísima Trinidad, nos referimos a una relación Subsístente, en la que las Tres Personas divinas se comparten y transcienden, compartiéndose y compartiendo así El Amor con todas las criaturas. Ese compartirse de la Santísima Trinidad tiene lugar en la persona del Hijo, y se verifica en tanto que las criaturas, en la medida en que son, comparten su ser y su vida con el Ser Trinitario, tras ser elevadas en su naturaleza por el influjo de la Gracia. Así, participando del ser y la vida en Aquel que tiene en sí todas las perfecciones, por medio de una actuación “ad extra” de la Santísima Trinidad, se nos confiere al total de la creación la esencia y la existencia.  Pero esta participación del ser y la vida que Dios nos hace en la persona del Hijo, si bien se realiza en nosotros conforme a los designios del Padre y bajo la acción del Espíritu Santo, no es una participación ilimitada, ni que se nos haga acabadamente. Lo que a las criaturas se nos participa es un ser y una forma de ser; pero un ser conforme a una gradación de perfecciones susceptibles de evolución. Dicha evolución se lleva a cabo con la intervención de las criaturas, y es posible merced a un principio de dinamismo, la forma sustancial, que se nos comunica de modo simultáneo con el ser o sustancia, y que, como él, también está limitada en cada criatura por la respectiva naturaleza. Participando, pues, de las perfecciones de Aquel que tiene la misma forma de ser y de actuar ilimitadas de su Padre, lo que con nuestro acto de ser se nos participa a las criaturas, es un ser en estado incoativo, más una forma de ser y de actuar para que, participándonos y por nuestra operación, llevemos ese ser a su perfección a lo largo de nuestra vida. Quiere esto decir, que el conjunto de la creación tiene una estructura teleológica según la cual cada criatura, y por su operación, está destinada a alcanzar aquel “telos” o grado de perfección, que constituye el fin para el que fue creada. Dicho “telos” no es otra cosa que la manera específica prevista por Dios, de compartir su Amor con cada una de las criaturas, y, alcanzándolo, las criaturas manifiestan en sí la gloria de Dios, al tiempo que resplandece en ellas su verdad creatural. Vamos a intentar ahora explicar brevemente esta estructura teleológica:  La creación Las criaturas inanimadas tienen un “telos” meramente objetivo: manifiestan en ellas la gloria de Dios simplemente con existir, y participan de la vida en la medida en que son.  Pero en tanto que creadas para posibilitar el desarrollo y el mantenimiento en el ser de las criaturas animadas, las criaturas inanimadas participan también en la vida de éstas. Para la naturaleza material animada, en cambio, el tiempo y el espacio son dimensiones a través de las cuales se realizan determinados procesos en virtud de los cuales las criaturas, mediante su operación, van evolucionando en su ser, determinándose con ello.  De este modo, y en la medida en que son, se comparten y participan de la Vida.  Pero por cuanto los seres de esta naturaleza existen como ocasión para el hombre de conocimiento y amor (es decir, para el desarrollo y mantenimiento de su vida espiritual), así como para la conservación y el desarrollo de su vida material, también ellos participan de la vida divina en la medida en que sonincorporados al ser del hombre constitutiva o intencionalmente. Nos queda decir, que en tanto, que las criaturas de la naturaleza espiritual pueden trascenderse y compartirse, pueden también compartir la vida de Dios, por cuanto que Dios es Espíritu Puro y también Él se trasciende y se nos comparte por la Gracia. En ese sentido, en la medida en que los seres espirituales participan de la Gracia y además se comparten, participan cada uno con su propio ser y en la persona del Hijo en la comunión y comunicación de la Vida divina, constituyendo una nueva realidad social que es la Comunión de los Santos. Esta nueva realidad no es otra cosa que la Iglesia, preexistente al pecado original, y que con posterioridad al mismo subsiste por cuanto participa de la Gracia creada de Jesús de Nazaret, y a través de ella, de la Vida divina. Pero vamos a ver ahora, hasta qué punto y de qué manera el hombre participa de la luz de la Vida...  El ser personal del hombre El ser humano ha sido creado para compartirse con Dios, participando de la Vida divina. Sin embargo, el modo de vida divino no le corresponde al hombre por naturaleza, sino que, para participar en él, el hombre únicamente dispone de lo que se denomina una potencia obediencial.  Diremos por ello, que el hombre tiene una doble naturaleza, y una capacidad. La creación del ser humano supuso una auténtica novedad  Comenzaremos diciendo que los seres que tienen la misma forma sustancial, tienen también la misma naturaleza; Reservamos la categoría de ser personal para los seres pertenecientes a la naturaleza espiritual. El hombre fue creado para que, sirviéndose de la naturaleza material e incorporando ésta a su propio ser (material e intencionalmente), realizara libremente las funciones propias de su naturaleza espiritual, manifestando en él la gloria de Dios mediante actos sucesivos de conocimiento divino y de comunicación en el Amor. Pero el conocimiento divino y la participación en el amor de Dios no son cosas que convengan al hombre por naturaleza, sino que es algo que se le alcanza a través de la gracia. La Gracia es una participación que Dios nos hace “de lo suyo” (de su modo de ser y de actuar), con la cual el hombre puede (por su operación) participar (con su ser así divinizado) de la naturaleza divina, en la persona del Hijo. Pero conoce por los sentidos –> era necesario que Dios se manifestase.La gracia plenifica las facultades humanas:La fe, conocemos a Dios como bienLa esperanza, id. como finLa caridad Ya hemos dicho que la Gracia no es una realidad que convenga a la naturaleza humana, sino que se trata de una participación de la forma de ser y del modo de vida divinos, que transforma el alma del ser humano, convirtiéndolo (en la medida en que responde a ella) en hijo de Dios en el Hijo. Como nos dice la Biblia, la obra de la creación finalizó al sexto día con la creación del hombre, a quien por la creatividad Dios hizo capaz de participar libremente en su acto creador.  La creación del ser humano supuso una auténtica novedad, por cuanto era la única criatura a la que Dios quiso por sí misma. Mediante actos de amor individualizados, creó Dios en primer lugar al hombre, y, una vez que éste existiera, sin su participación y como una procesión de su mismo ser, creó a la mujer. Ambos constituían la primera sociedad humana, y disfrutaban de una naturaleza dual (material y espiritual) en virtud de la cual, al tiempo que compartían con el resto de las criaturas de la naturaleza material una serie de características (su tendencia a la felicidad, el instinto de conservación o el amor concupiscente, por ejemplo), eran al mismo tiempo seres personales, y como tales, capaces de trascenderse y de trascender también las limitaciones de su naturaleza material.  La naturaleza espiritual de su alma personalizaba su forma sustancial, y les permitía participar en una dimensión intencional a través de la cual podrían comunicarse con otros seres espirituales, y con Dios mismo. En este caso, la iniciativa partiría de Dios, y para ello el ser humano tendría lo que se llama una potencia obedencial.  El ser personal del hombre    El pecado original En cuanto que procede de las manos de Dios, la creación es “una”, “bella”, “buena” y “verdadera”. El conjunto de la creación tiene una razón de bondad, por cuanto que el ser de las criaturas procede de la Verdad divina. Esto es lo que queremos decir cuando hablamos de la “naturaleza íntegra” de las criaturas, y en ese estado es como las criaturas manifiestan la Gloria de Dios por participar en su Bondad. En el estado de naturaleza íntegra, la creación gozaba de la plenitud de ser y de vida correspondiente a cada una de las naturalezas. En su estado original y por medio de su inteligencia, el hombre era capaz de conocer el proyecto del Creador que se manifestaba, y por medio de su voluntad, de decidirse a participar en él. Pese a ello, el hombre fijó su felicidad en una realidad creada, y, como consecuencia de su acto libre, rompió la comunicación con Dios que conllevaba la Gracia.  Como consecuencia de la privación de la Gracia, el ser humano quedó privado de los dones preternaturales derivados de su participación en el modo de vida divino (quedó sometido al deterioro físico, al sufrimiento anímico y a la muerte), y su naturaleza creatural también quedó debilitada ante la incapacidad de conocer por sí mismo el auténtico bien moral, y ante la falta de reciedumbre (infirmitas) de la voluntad para conseguir por sí misma el Bien.  Como los hombres nos realizamos mediante nuestros actos, la nueva realidad del hombre quedaba marcada por su inclinación al mal (la malicia), y por una tendencia al amor desordenado o egoísta (la concupiscencia), pero pese a todo, el hombre seguía conservando su deseo de felicidad, y llevaba en sí una semilla de eternidad. A la vista de su incapacidad para realizar estos anhelos, el Padre, fiel a Sí mismo y para restituir a la humanidad en su dignidad original, en la plenitud de los tiempos y de nuevo en la Persona del Hijo y por su operación, volvió a disponer el modo de que la humanidad entera, participando de la Gracia creada de Jesús de Nazaret, pudiera introducirse de nuevo en la intimidad trinitaria. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, al mismo tiempo perfecto Dios y perfecto hombre, es el nuevo Adán, el hombre íntegro en quien toda la creación es recreada, por cuanto que sólo Él podía, con el sometimiento de su voluntad humana a los designios de su Padre, restituir a la humanidad la comunicación de la Gracia que, por su pecado de soberbia y voluntariamente, el hombre había perdido. Él es quien revela al hombre su propia dignidad y el destino al que está llamado en la medida en que su ser sea verdadero, es decir, en que sea conforme con aquella idea según la cual el Padre le concibió.   El ser del hombre Para tratar de profundizar en esta afirmación, vamos a considerar la característica fundamental de los seres personales, que es su capacidad de trascendencia. Ya hemos dicho que el ser humano pertenece a esta categoría, por cuanto la naturaleza espiritual de su alma personaliza la forma sustancial de su naturaleza material, haciendo de él un ser capaz de trascenderse y de participar en una dimensión intencional a través de la cual puede compartirse con otros seres personales y con Dios mismo. Empezar por la participación en el ser personal de Dios.Hablar del fin último y de la razonabilidad: así como conceptuábamos el Amor como la cualidad de persona de Dios, así diremos que la cualidad de persona humana es la razonabilidad.De las facultades humanas: intelectus, sindéresis, estimativa, creatividad (participación del acto creador, por la que el hombre puede ser causa segunda en la realización del Amor) y fecundidad (por la que el hombre puede transmitir su propia dignidad personal) El hombre es un ser racional.La razón (facultad integradora del conocimiento y la voluntad) es en el hegemónica.Lo propio para él es, por tanto, “razonar”, es decir, efectuar operaciones de conocimiento y amor espirituales.El hombre es capaz de conocer y amar trascendiendo lo efímero, y capaz también de fijarse su fin último y arbitrar el modo de conseguirlo. La vida del hombre La perfección del ser personal del hombre incluye la capacidad de determinarse ordenadamente en su ser mediante actos sucesivos de conocimiento y amor.Esta capacidad hace del hombre un ser libre y responsable de sus actos. Hablar de la dimensión intencionalDel espacio y del tiempoDe las formas de conocer y amar.De cómo aprehende las formas sustanciales a través del conocimiento à mueve a la voluntad en un doble momento (intención + imperando el resto de las facultades)  Los seres que comparten la misma forma sustancial, comparten también la misma naturaleza.  La Gracia es una participación del ser y la vida de Dios que opera en el hombre una “metanoia” o metamorfosis en virtud de la cual el hombre, en el Hijo, es capaz de disfrutar de la naturaleza divina. Con ella se nos participa la fe (el conocimiento de Dios como bien), la caridad (la participación en el modo de vida de Dios) y la esperanza (el conocimiento de Dios como fin). Ante estos dones divinos, las potencias espirituales del hombre reaccionan, y el hombre puede participar en ellos mediante actos sucesivos y acumulativos de su inteligencia y su voluntad. En la medida en que lo hace, participa en una experiencia mística que, como decimos, no le corresponde por naturaleza. La vida en comunión Ese compartirse tiene lugar en la persona del Hijo, y se verifica en la medida en que las criaturas participan de la Vida divina tras ser elevadas en su naturaleza por el influjo de la Gracia.La vida y el Espíritu SantoLa Iglesia.El hombre es un ser social,  y esto supone que tiene una fuerte tendencia a la unión con sus semejantes y una natural dependencia, basadas ambas cosas en la unidad de naturaleza y fin que tienen los seres humanos.La relación entre los seres humanos se establece mediante la manifestación de los mismos a través del lenguaje y también mediante el gesto.Por el lenguaje, el hombre se trasciende, se comunica y puede formar nuevas realidades, que ya no son entidades propiamente dichas, sino que poseen una entidad de tipo accidental en la que su existencia y su realidad lo son en función de la existencia y la realidad de las personas que las componen.Pero no hay palabra humana a través de la cual el hombre pueda relacionarse con Dios formando comunidad con Él, puesto que su ser, por inaprensible, nos es inefable. Sin embargo, si hay una Palabra (el Verbo), capaz de lograr la comunicación del hombre con Dios, o, mejor dicho, de Dios con el hombre. En la persona del Hijo, el Verbo de Dios, el Padre llama y conduce a los hombres con la infusión del Espíritu Santo a compartir su intimidad. Compartiendo en la persona de Cristo su humanidad, la humanidad entera queda introducida en la intimidad Trinitaria, participando así de la forma de vida divina que supone la práctica de la caridad. La participación de esta forma de Vida divina, viene precedida por la convocatoria al amor que Dios realiza (la gracia actual), y el modo eminente en el que se realiza, es a través de la incorporación del hombre a la Iglesia, que es el Sacramento Universal de Salvación. La vida en Cristo Puede así el hombre participar (con su propio ser divinizado) de la naturaleza divina, y compartir un modo de Vida divina que, de por sí, es eterna. Esta vida eterna es la que se nos participa (de un modo acorde a) y la que se comunica y perpetúa (de un modo diverso en) las distintas naturalezas, por lo que podemos hablar de un rango de participación en la Vida que es acorde con la estructura teleológica de la creación. Vida que tiene su origen en el Padre y su realización en el ser personal del Hijo, en quien, al trascenderse y por contenerla, se nos participa.  ¡¡¡Ojo!!!: Meter en algún lado que las criaturas participan de la vida en la medida en que son. Continuando con los términos de la tesina, diríamos que, participando en Él de la luz increada, se nos entrega a todas las criaturas nuestra propia luz y el modo de contenerla y compartirla. La participación en la vida tiene lugar a través de la forma sustancial, que inhiere en la sustancia que cada criatura tiene según su naturaleza.

2 comentarios

dorota -

¡No sabía que hubieras estado en la defensa, Martika!. Te agradezco mucho tus inmerecidos elogios. Eres muy amable. Gracias

Martika -

Yo tuve la suerte de ver presentarse la dicha tesina,y me ver como el tribunal elogiaba y alababa tanto los contenidos,como la defensa. Fue un autentico privilegio de sabiduria haber podido compartir ese momento!!!